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Cher y el Augusta National

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La nostalgia es una tristeza melancólica originada por el recuerdo de una dicha perdida (RAE dixit). Y entendemos que se proyecta a partir de hechos, sucesos o situaciones que uno vivió. Sin embargo, también puede sentirse vivamente a partir del relato de otros, o del estudio de un acontecimiento o una época. ¿Qué pintor o escritor contemporáneo no la sufre al evocar el Paris de principios del Siglo XX?

Uno, por ejemplo, también se puede poner de un nostálgico severo la semana del Masters.

El Augusta National es como Cher, más guapo, terso y resuelto, imponente, según va cumpliendo años (el campo y la polifacética artista, además, no se llevan tantos: cuando Ben Hogan ganó su primera chaqueta verde en la 15ª edición ella ya sabía leer y escribir). Sin embargo…

El run-run de los ventiladores-calentadores-acondicionadores que rugen bajo los greenes, que los acunan y vacunan contra el dictado de la Naturaleza, es inquietante. El artilugio es una maravilla, oiga. Pero inquietante. Como Cher. Como el robot que en su día, no queda tanto, estará programado para hacernos la vida más fácil y cada noche nos contemplará arrobado y sonriente desde la esquina del dormitorio, velando por nuestros sueños. Inquietante como ese afán por controlarlo todo, por maquillarlo todo, que gastan en el Augusta National. Como esa obsesión enfermiza por las fotos de postal.

¿No ocurrirá, quizá en el Masters de 2050, que los rectores del Augusta National hayan encontrado el modo de determinar la dirección e intensidad del viento sobre las hectáreas de su fabuloso vergel, a través de un sofisticado sistema de paneles, mega tubos de vacío y ondas inhibidoras, es un decir, qué más da? Hoy, que sople desde el Oeste, mañana que venga del Norte…

Es una caricatura a vuela pluma. Cualquier tiempo pasado no siempre fue mejor. De acuerdo: el Masters crece y crece y no deja de ser un espectáculo inigualable, único. Hay que saber adaptarse a los nuevos tiempos y en Augusta no han dejado de hacerlo. La nostalgia no tiene por qué ser, de hecho no lo es, un sentimiento ciego ni apasionado.

Pero todo tiene una medida. Jack Nicklaus, más que nostálgico, anda ya cabreado ante la posibilidad de nuevos cambios en el recorrido legendario de Georgia, que apenas es hoy un vago apunte de lo que en su día parieron Alister MacKenzie y Bobby Jones (impagable el reportaje de Golf Digest: http://www.golfdigest.com/story/the-complete-changes-to-augusta-national).

En el Augusta National, como siempre, lo tienen muy claro: esta es nuestra casa, nuestro negocio, y haremos lo que nos dé la gana, diga lo que diga el Oso Dorado y la mismísima reencarnación de Old Tom Morris. Y al que no le guste, que no venga. Pero hay según qué voces que conviene escuchar y lo que diga Nicklaus debiera ir a la misa diaria del golf.