Jon Rahm ha jugado hoy dos partidos. Uno, contra el rival que tenían todos delante, Royal Birkdale, que ha ganado a pesar del enredo final del 17. Y otro del que también ha salido victorioso contra el fantasma de su propia versión en Erin Hills, a quien ya dio un tirón de orejas en Francia y una paliza en Irlanda hace un par de semanas. Pero había que tumbarlo en un Grande para dejar claritas las cosas, como ha hecho, aunque el trabajo no ha acabado, porque cada ronda será una nueva batalla. Estos fantasmas son escurridizos y tienen la mandíbula de hierro…
¿Cuántas veces ha regresado mentalmente Jon Rahm a Erin Hills hoy en Southport? Unas cuantas, sin duda. Para asegurarse de no seguir esta vez aquellos impulsos, de mantener a raya la impaciencia y de rebotar con energía en los momentos delicados, pero no con prisas. En este sentido Rahm es cristalino y su lenguaje gestual lo dice todo. Se le ha visto muy contenido y encajando con relativa naturalidad los patinazos y las adversidades, como esas dos bolas tan mal puestas en sendos bunkers que le han costado dos bogeys. A ver: al bicho que lleva dentro, tan español, no lo va a terminar de gobernar en la vida, pero hay que tratar por todos los medios de no llegar a soltar nunca las riendas del todo. Esta es su lucha.
El gesto que se le ha visto antes de pegar el primer golpe en el tee del hoyo 1, con los ojos cerrados y respirando profundo y despacio, era un buen augurio: fue el mismo que mostró en Torrey Pines antes de disparar aquella madera en el 18, hoyo 72 del torneo…
