La vida son dos días. Tres o cuatro si abrimos la mano. Por eso, cada vez que Rafael Nadal termina de jugar, yo acabo por hacerme la misma reflexión: qué suerte tengo de haber sido contemporáneo suyo. Juro que es así. Sea un partido de primera ronda o la final…
No es un decir, ni una impostura. No hay teatro ni afección sensiblera. Realmente me siento muy afortunado de haber asistido desde el salón de mi casa, tantas y tantas veces, a semejante despliegue de verdad.
Porque eso es Nadal, un chorro de verdad.
