Termino de ver ‘Midnight in Paris’. Seguro que muchos de ustedes ya han visto esta película de Woody Allen. El frustrado novelista americano del Siglo XXI que cada medianoche, en París, se traslada a los años veinte de la capital francesa. Alterna con Fitzgerald, Stein, Hemingway, Picasso…
¿Quién no ha tenido semejante fantasía? Asomarse al pasado, rozar el mito.
Puedo asegurar que ha sido la hora y media más corta de mi vida. Y eso, al margen de la exactitud o no de los datos, los nombres y las fechas, que desde luego no es lo que más preocupe a Woody Allen, ni falta que hace; al margen también de la calidad de la película como tal (guión, dirección, interpretación, fotografía…), que desde luego yo no estoy capacitado para valorar.
Asomarse al pasado, rozar el mito.
Salir de cena en Boston, tomarse unas copillas y, al filo del amanecer, trasladarse por arte de magia al Country Club de Brookline en 1913. Y seguir a Ouimet. Y charlar con Eddie Lowery, su caddie-niño (en la imagen, ambos en ese US Open). Y después regresar. Esa es la moraleja. Regresar para contar nuestra propia historia. La que toque.
