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Si hiciéramos una encuesta sobre nuestro deporte entre jugadores aficionados, estoy seguro de que a la pregunta: “¿qué es lo que menos le gusta del juego?” Una gran mayoría contestaría: “tener que esperar en cada hoyo a que el partido de delante termine”, “los jugadores lentos o que no dan paso”, o alguna respuesta equivalente…

Ustedes saben a lo que me refiero. Todos, cualquiera que juegue al golf, odiamos tener que esperar a los pesados del partido que nos precede.  Cualquier jugador puede recordar anécdotas de cómo una vez alguien de su propio partido tuvo que llamar la atención para pedir paso porque –aunque el paso se da, no se pide- lo de ese día ya es que clamaba al cielo.  Y cualquier jugador ha oído mucha veces, o incluso ha dicho él mismo eso de: “es increíble lo lenta que va la gente”.

Y aquí está lo curioso de la cuestión: si la gran mayoría está contra ‘los lentos’, ¿de dónde salen éstos?  ¿A que usted no conoce a nadie que diga: yo soy lento y además no doy paso? ¿Es plausible pensar que una pequeña minoría de indeseables caracoles sin escrúpulos –digamos un 5 o un 10% de jugadores- amargan la existencia al resto?  A falta de datos fehacientes, y aunque en cada club se conocen algunos ejemplares ‘de libro’, a mi no me cuadra.

Me da la impresión de que hay otras respuestas al enigma:

1) Los caracoles impacientes.  Siempre me ha sorprendido la gran abundancia de estos ejemplares paradójicos, a los que se distingue porque se quejan por igual de los de delante, por pesados, que de los de detrás, por nerviosos. Y lo mismo te sueltan, cuando les toca jugar, un “vamos a jugar tranquilos, que esperen, no te digo, qué nervios, no sé qué prisa tienen, aquí viene uno a relajarse, para estresarse que se queden en el trabajo”, como, cuando juegan los del partido anterior, un “pero si es que hace cinco prácticas en cada golpe, para lo que le sirve…”, “hala, mira la línea otra vez, ni que te estuvieras jugando la vida en el putt”, “pero ¿de dónde sale ese tío ahora?”, “si lo hicieras todo tan bien como rastrillar el búnker, estarías en el circuito” o, mi favorito “anda ya de quitar arenilla de la línea, ¿te sacamos la aspiradora? Y la coletilla clave del tipo “anda que si tuvieran los nerviosos de atrás  que aguantar a los de delante nuestro no sé qué sería, esos sí que son pesados, y no nosotros que vamos a nuestro ritmo”.

2) Más en serio, la explosión de nuevos aficionados que estamos viviendo en España en los últimos tiempos, provoca que haya una proporción mayor de golfistas neófitos que nunca antes. Y ya se sabe que, en general, al principio se va perdidito por el campo. ¿Quizá haría falta alguna clase más de etiqueta? Sin embargo, ahora que lo pienso, el problema ha existido siempre…

3) ¿Y no será que no es sólo culpa de los principiantes? ¿No será que, en general, no se conocen las normas o, aún más importante, la etiqueta correcta dentro del campo, en éste y otros aspectos? ¿O que, conociéndose, se ignora? Ya que presumimos –con razón- del golf como reducto del fair play, la caballerosidad y la elegancia, ¿no deberíamos prestar más atención a esta faceta del juego?

A diario vemos jugadores preocupados por mejorar su juego -corto, largo, pateo. Muy loable, pero ¿por qué no empezar por mejorar su comportamiento? Sería mucho más fácil.  Por no hablar de lo que se gasta y se conoce de novedades del equipo: estoy por asegurar que el aficionado medio sabe más del volumen y forma de la cabeza de los drivers de este año, que de cuándo hay que dar paso, por ejemplo.

Me encanta un cartel que hay en la entrada del club Olivar de la Hinojosa de Madrid con el siguiente aviso: “Pares del campo: 72 golpes y 4 horas y media. Intente cumplir alguno de ellos”.

Pues eso, intentémoslo y, mientras tanto, no coreemos, parodiando a Los Sirex, “Que se mueran los lentos, que no quede ninguno…”, a ver si va a resultar que somos nosotros.