Mi patanería con la tecnología es sobradamente conocida por cualquiera que eche un rato conmigo. El origen debe remontarse a los 80, cuando los niños trasteaban con el Spectrum y yo lo más que me acercaba a una máquina era a la de petacos… si acaso. Soy un tío simple, lo admito: sin smartphone, sin GPS, sin Ipad, sin WhatsApp… Vamos, me sacan de Sevilla y me dan temblores.
Vale, aun así puedo ir tirando por la vida o preguntando a quien sea para que eche un vistazo al móvil para ver cómo va Rahm en un torneo californiano o Cabrera Bello en uno surcoreano. Todos nos echamos unas risas cuando saco el móvil, ja ja y ji ji, y me lo tomo con deportividad, incluso aliento el cachondeíto.
Pero después de patearme durante horas el campo de Valderrama y tener los anulares de los pies (ambos) en carne viva, uno no está para muchos trotes y mi ignorancia me lleva a tardar 20 veces más que mis queridos compañeros de pupitre (Alejandro y David) en encontrar un datito irrelevante. Cierto que los chicos de Ten-Golf se habían ausentado y no les podía preguntar, aunque después de una década por lo menos mirando la web del European Tour ya podría haberme percatado de la pestaña ‘Hole by hole’.
Total, más de un cuarto de hora me he pegado pinchando jugador por jugador (hay 126 en total y no han sido menos de 115 en los que me he detenido) con los pinreles echando humo. El motivo tampoco era para que me otorgaran el Pulitzer: buscaba al único golfista que había logrado un eagle en la primera ronda del Andalucía Valderrama Masters. Lo encontré, cierto, a costa de dejarme el dedito uno por uno: el inglés Oliver Fisher. Por supuesto, he contado la hazaña a la vuelta de los dos plumillas de mi vera y sus carcajadas casi llegan a Gibraltar. En unos segundos, dándole a ‘Hole by hole’, la duda quedaba resuelta. Mi incapacidad tecnológica empieza a ser preocupante, un tremendo hándicap (qué chisposo estoy) en estos tiempos. Maldito Spectrum.
