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Darren Clarke, 3.0

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Por Gerardo Riquelme, redactor jefe del diario Marca 

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Clarke celebra la Ryder de 2006 con Westwood

En el año golfístico 2008 hay muchas cosas impredecibles…

Si Tiger Woods ganará el Grand Slam, si la victoria de Padraig Harrington en el Open Británico fue un paréntesis o no en el estado de sopor que ha vivido el golf europeo en los grandes en la última década, si José María Olazábal volverá a jugar al nivel que él exige mínimamente… Pero hay una cosa clara: que Darren Clarke jugará la Ryder Cup.

Para un tipo que ha superado la desgracia fatal, la muerte en 2006 de su mujer Heather, cualquier otro reto que se proponga en la vida debe parecerle minúsculo, más para Clarke, un jugador que en la fotografía engaña. Un fisonomista diría de él que es un tipo dejado, un bon vivant dotado de virtuosismo para el golf. Un biógrafo esgrimiría que tiene demasiado amor a lo material y se mira demasiado su culo. Matricular el Ferrari con sus iniciales y un 60 por la ronda de golf más baja que consiguió –luego la repitió- suena a egotista.

Pero aquello sólo fue el delirio de un jugador afable –algo decisivo en la Ryder-, que bromea cuando la situación es extrema, que tiene las piernas de un jugador de rugby (donde radica el secreto de sus golpes) y la flexibilidad del acero y que, por encima de todo, tiene una fuerza de voluntad descomunal, aunque no haya dejado de fumar nunca. Odió el gimnasio, pero cuando vio que aquello era obligatorio para seguir en la elite, en unos momentos donde su situación invitaba a dejarse ir –en pleno rebrote de la enfermedad de su mujer- él comenzó con los ejercicios, perdió 16 kilos –cuentan que tuvo que dar como 200 polos y 100 pantalones- y volvió a pitar. Luego llegó la fase terminal de su mujer y el consecuente bajón en el juego. 

Ahora, el hombre que batió de manera más sonada a Woods en un cara a cara (match play 2000), quiere regresar. Y lo hará, seguro que lo hará. No lo duden.