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El patinazo

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Certero. Así me defino en mi trabajo. Supongo que a todos nos puede la presunción cuando catalogamos nuestra labor profesional, desde el soldador al verdugo. Yo, a la chita callando, también. He forjado mi carrera periodística vinculándome mayormente al baloncesto. Domino la materia. No sé si sobresalgo ni pienso que llegue de lejos al cum laude, pero el notable alto me lo he ganado a fuer de los años de experiencia y la buena dosis de competitividad que me ha acompañado siempre. Es decir, tengo un nombre en el mundo, aunque el mundo en este caso sea minúsculo…

Investigas un rumor que te llega y se hace carne a los días. Tu ego lo agradece. Te sale una crónica redonda y te halagan varios colegas. Tu ego lo agradece. Entrevistas a una persona de peso y le sacas tres titulares. Tu ego lo agradece. Te das una vuelta por el deporte amateur y publicas un reportaje humano precioso. Tu ego lo agradece. Te inmiscuyes o entremetes (sinónimo de entrometerse, la dosis de pedantería que no falte) en una sección que ni te va ni te viene para chivarles una noticia. Tus compañeros y tu ego  te lo agradecen. El periodismo, pues, no enriquece la buchaca, aunque el orgullo te lo pone por las nubes. Al menos a servidor.
Mirarse demasiado el ombligo provoca un empalago indigesto. La consecuencia más evidente pasa por la no asunción del error. “Yo no me equivoco”. Pues sí yerro. Y el peor síntoma de tu cerrazón y cabezonería, sin duda, conduce al divismo cateto, defecto que te ancla en la progresión del aprendizaje, de tu aprendizaje profesional y personal.

Parto de la base de que marro poco (ejem), pero de ahí a la infalibilidad hay un trecho enorme. He tomado por costumbre, por supuesto sin hacerlo aposta, meter la pata, el patón, al menos una vez por estío. El patinazo de cada sofocante verano.

No van tanto los tiros por fiarte de quien no debes, de la cacareada fuente, sino porque esa persona, simple y llanamente, no tiene la información completa, aun creyéndolo ciegamente. En cualquier caso, también hago una reflexión sobre las interpretaciones que desde fuera se da a lo que escribes. Está la versión del victimista: tus textos, en resumen, rezuman odio y predisposición negativa al tratar un asunto. Está la tendencia al desmentido: “Eso que has publicado no es verdad”. A las pocas semanas, si es a los pocos días o a las pocas horas mejor que mejor, está confirmado. E incluso existe el juego de cazar al cazador: “¿De dónde te ha llegado, ¿acaso te lo ha contado menganito?”. Que tengan en cuenta los directivos, entrenadores y jugadores que muchas veces tienes una página en blanco a las diez de la noche, no te descuelga nadie el teléfono y, alguno que lo hace, te cuenta unas milongas con trapío, de las que siempre pienso que debe estar contándolas con los dedos cruzados, como cuando éramos críos.

Harina de otro costal. Hoy toca el batacazo propio, no las estratagemas ajenas. Meter la gamba (la RAE está en un plan que lo admite todo) hasta el corvejón (al parecer es una articulación). Un amigo que nunca me ha mentido ni lo hará, pongo la mano en el fuego, me aseguró que otro, por el que (ya) no pongo la mano en el fuego, le había filtrado una noticia muy interesante. Para mí, obviamente. Cual kamikaze, me lancé al vacío sin confirmar, crasísimo error, y a la semana me pegué un castañazo cuyas consecuencias perdurarán en el tiempo, no por zaherir mi reputación a ojos de mis lectores y jefes, sino por el orgullo propio de convertir el rumor en información fidedigna. El resquemor es mío, único e intransferible.

Ahora bien, recurriendo de nuevo a la infancia, el que tiene boca… Y quien esté libre de pecado, ya los exhibirán, o inventarán, en La Noria. Vaya desde aquí un ejercicio de autocrítica y un guantazo de modestia para tener siempre presente que no somos infalibles, aunque en ocasiones pecamos de fanfarronería de saldo.

Llegados a este punto, le pregunto a mis amigos de ten-golf cuándo me puedo pillar vacaciones. Estoy saturado de escribir tanto de golf (entiéndase la ironía).