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¿Y por qué celebro un birdie de Paul Casey como si me fuera la vida en ello?

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Por David Durán, redactor del diario Marca 

Me hacía esta pregunta que leen ustedes en el titular después de celebrar ruidosamente un putt de birdie convertido por este jugador inglés en el US Open. Es muy cierto que el golf puede ser quizá el deporte de mentalidad más abierta, poco dado a las fobias, muy dado a las ‘filias’, más allá de fronteras y nacionalidades…

Aún así, en todos lados se barre para casa. Dicho de otro modo: disfruto aún más con la retransmisión del US Open por Golf + si  Olazábal, Sergio o Pablo Martín dan la campanada, que viendo a Tiger celebrar su ‘major’ 12+1. En todos lados cuecen las mismas habas: no se me olvida la carita que se les quedó a los aficionados galeses cuando ‘su’ Bradley Dredge se quedó a la puertas de ganar el Open de su país hace unas semanas, siendo superado al final por el sudafricano Richard Sterne; o la también reciente euforia irlandesa tras el triunfo de Harrington en el Irish Open; y para qué hablar de los rugidos de Oakmont cuando Woods emboca…  

Sin embargo, es curioso, no sé si a ustedes les pasa e, incluso, si ocurre en otros hogares europeos… Pero algo me dice que el efecto-Ryder Cup ha hecho germinar un nuevo modo de pensar en lo que se refiere al golf. Sencillamente, si me dan a elegir y los jugadores españoles ya no pueden, prefiero que gane el US Open un hijo de la vieja Europa antes que un americano. No se trata de ningún razonamiento profundo o filosófico, esta nueva pasión no está anclada a ninguna teoría política ni a una disquisición cultural… Se trata solamente de que me siento más cercano a Casey, a Donald, a McGinley o a Stenson porque una semana concreta cada dos años son de mi equipo, defienden a mi equipo. Ni más, ni menos. La Ryder es mucha Ryder.