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Arte u oficio

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Jose Maria Olazábal. © Golffile | Eoin Clarke
Jose Maria Olazábal. © Golffile | Eoin Clarke

Toca confesión en el primer párrafo: desde que llegaron a nuestras pantallas, estoy enganchadísimo a los programas estilo “Así se hace” y derivados. Me quedo embelesado viendo los procesos de producción de todo tipo de artefactos, desde puentes colgantes a palillos de madera, aunque si les soy sincero disfruto más cuando uno de esos espacios se centra en la labor de un artesano. Me tiraría horas (y alguna vez lo he hecho) viendo cómo alguien se abstrae y centra su atención en tejer un tapiz, dar forma a una cesta de mimbre o incluso fabricar moscas y reclamos. Sospecho que esta afición no deja de ser una compensación por mi absoluta inutilidad. Mi habilidad manual deja muchísimo que desear (se la dejo botando y a puerta vacía para que ustedes inserten un par de chistes picantones), y solo el dibujo artístico se me da medianamente bien. Aunque más de uno me dirá, con razón, que eso está dentro del terreno del arte y no de la artesanía…

William Morris y el movimiento Arts & Crafts

La diferenciación entre artista y artesano es una disquisición casi tan antigua como la propia historia, y las fronteras no están definidas con claridad. Se supone que el artesano se aplica con primor a una tarea más o menos repetitiva hasta casi elevarla al territorio del arte. La disciplina, la constancia y la humildad son sus mejores armas. Por otro lado, hay quien piensa que la palabra “artista” está devaluada y usurpada por aspirantes carentes de talento, diletantes y experimentadores de escaso mérito. El británico William Morris aunó arte y artesanía al impulsar en la segunda mitad del siglo XIX el movimiento Arts & Crafts, con el que reivindicaba el valor de las artes decorativas, los oficios artesanales y el talento de quienes se dedicaban con maestría a su labor para producir piezas bellas y únicas. También defendía que lo útil y bello estaba por encima de lo caro, una afirmación que parece de perogrullo pero que no siempre encaja con el paradigma actual del lujo. Morris, cuyo legado sigue plenamente vigente, fue un torrente polifacético que aunó como nadie arte y artesanía.

También en el terreno del golf hay artistas y artesanos, genios y obreros. Aunque las características actuales de las bolas modernas hayan mitigado el efecto que tienen la imaginación y la creatividad en el juego, sigue habiendo golfistas que ven trayectorias imposibles para el común de los mortales, que ven globos donde otros se conforman con un golpe arrastrado para alcanzar a duras penas el green, que dibujan trayectorias imposibles a izquierda y derecha. El resto se centra en su labor con dedicación, intentando grabar a fuego en su psique y sus músculos la secuencia de movimientos más adecuada para cada golpe, afanándose en la cancha de prácticas y cincelando su swing con horas de entrenamiento.

Olazábal es de los pocos artistas que quedan en el golf actual

Pero también hay artistas disfrazados de artesanos, jugadores que lo han conseguido todo, que son capaces de ejecutar golpes milagrosos, que tienen unas manos privilegiadas, y que también se esfuerzan en la cancha de prácticas porque sus armas han quedado difuminadas en esta época de mercantilización extrema, palos más fáciles y bolas más largas. Como sucede con José María Olazábal, por ejemplo. El golfista de Hondarribia es uno de los pocos artistas que quedan en el golf actual, pero al margen de las demás consideraciones (en su caso, la salud) sabe que su arte no es suficiente para enfrentarle a los golfistas de las nuevas generaciones. Y por eso se sigue aplicando infatigablemente en la cancha de prácticas, dando ejemplo sin pretender darlo, intentando sacar la esencia de cada golpe, buscando aún el secreto después de haber ejecutado ese mismo movimiento millones de veces. Como cuando John Coltrane deconstruye My favourite things y se queda con la raspa después de eliminar su jugosa sustancia para hacer lo más difícil: conservar la melodía y disfrutar con ella tras prescindir de esa letra juguetona que vertebra la inmortal canción de Julie Andrews. Pero corren malos tiempos para el jazz…

Decía William Morris hace más de un siglo en una cita recogida recientemente en un artículo por Borja Bas en El País: “Aparte del afán por producir cosas bellas, la principal pasión que ha regido mi vida es el odio hacia la civilización moderna”. Trasladada la cita al terreno golfístico, y sin hacer de menos a quienes se ganan la vida dignamente y sin alharacas con este oficio, comparto ese odio por una civilización moderna que obliga a los artistas a renunciar a su ser y los convierte en un artesano más. Aunque al mismo tiempo sea capaz, como me sucedió en el reciente Andalucía Valderrama Masters, de tirarme una eternidad viendo dar bolas a este artista disfrazado de artesano…