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Bonito contraluz de la semana pasada durante el AfrAsia Bank Mauritius Open. © Phil Inglis | Golffile

Ortega y Gasset es uno de los pocos pensadores que se fijó, aunque fuera de manera tangencial, en el golf y escribió que este deporte es tan inexorable como la mecánica celeste, refiriéndose a su irrefrenable atracción y a ese «enganche» que aleja a los auténticos aficionados de cualquier otra obligación o devoción. Entre sus numerosos aforismos, no obstante, quizá el más célebre del filósofo madrileño es aquel «yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo» que apareció en Meditaciones del Quijote y que pasa de lo individual a la universalidad del mundo que nos rodea, un entorno que nos modela tanto como nuestra propia esencia. Como dijo el poeta John Donne, «nadie es una isla». Todos somos parte de un todo, y como intentan desentrañar los estudiosos de la herencia y el aprendizaje, somos un conglomerado de los que nos llega por vía genética y lo que adquirimos al rozarnos con lo que nos envuelve en el día a día.

Como dijo el poeta John Donne, «nadie es una isla»

Sin embargo, los aficionados a muchos deportes de competición tendemos al reduccionismo con respecto a los sujetos que son objeto de nuestra admiración o curiosidad. En el golf, un deporte dominado por las estadísticas, los porcentajes y las cifras, las circunstancias personales ocupan un lejanísimo puesto en nuestra lista de posibles centros de atención. Nos cuesta ir más allá de los bogeys y los birdies, nos resulta complicado pensar en qué puede haber más allá de una mala racha, desconectamos nuestra empatía por el mero hecho de tratarse de personajes más o menos públicos y que, en circunstancias ideales, se pueden llegar a ganar muy bien la vida si su capacidad se lo permite. Los privilegios que ellos mismos se procuran con sus esfuerzos les «separan» del común de los mortales, y les colocan en pedestales a los que seguramente no quisieron subirse.

José Ortega y Gasset.
José Ortega y Gasset.

Solo nos mostramos comprensivos con las circunstancias que afectan a un golfista cuando son causas de fuerza mayor (una enfermedad grave, un problema familiar, una desgracia sobrevenida) y saltan a la prensa con el filtro adecuado. Pero las miserias cotidianas que pueblan sus vidas —y las nuestras, claro está— pasan desapercibidas y quedan circunscritas al ámbito de lo privado. Solo llegamos a conocerlas si los protagonistas superan cierto listón mediático y saltan, a su pesar, a las primeras planas. Si eso sucede, las repercusiones son tan perniciosas como duraderas, como puede atestiguar Tiger Woods.

Solo nos mostramos comprensivos con las circunstancias que afectan a un golfista cuando son causas de fuerza mayor

Pero no hace falta que un golfista se vea metido en follones de dicho calibre para que su rendimiento se resienta. El golf es un deporte solitario que, además de exigir excelencia técnica, requiere de sus practicantes una concentración absoluta durante un buen número de horas seguidas. Las esperas, los momentos entre golpe y golpe y las pausas son terrenos ideales para que cualquier fantasma, inseguridad o preocupación se haga fuerte y destroce una tarjeta (y, por lo tanto, la posibilidad de conseguir un cheque que permita al golfista salir adelante). Habrá quien tire de comparación fácil y haga de menos estos problemas comparando las responsabilidades de un golfista profesional con la de otros trabajadores cualificados sometidos a estrés (neurocirujanos, controladores aéreos, policías, etc.), pero no deja de ser una maniobra fácil para cambiar el foco y abandonar la argumentación original: que la cantidad de circunstancias —ya sean deportivas o personales— que pueden influir en los resultados de un golfista son casi infinitas.

Tiger Woods © Golffile | Fran Caffrey
Tiger Woods © Golffile | Fran Caffrey

Es difícil pensar en la persona que hay detrás del deportista, más cuando el vínculo entre el aficionado y dicho jugador es tan fugaz como los segundos que la televisión le dedica o el puñado de palabras que describen sus actuaciones en una crónica, pero haríamos bien en hacer un ejercicio de abstracción y preguntarnos cómo funcionarían determinados profesionales con las preocupaciones que a menudo nos atenazan. Porque sus problemas, ya se llamen Kelly, Grace, Bill o Pablo, son muy similares a los nuestros, y solo por eso se merecen cierta prudencia a la hora de evaluar sus trayectorias. Porque no somos islas, ni ellos ni nosotros.