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Bill Spiller, rebelde con causa

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Bill Spiller
Bill Spiller

Bill Spiller no tardó en descubrir que la melanina marcaba el color de su piel, pero era la intolerancia la que la distinguía. Un día, de chaval, fue a una tienda a devolver algo que había comprado, pero un dependiente blanco le golpeó y le llamó descarado por pretenderlo. Aquello supuso una bofetada, literal y metafórica, de realidad y Spiller decidió que jamás volvería dejarse pisar por ser negro. William Spiller, su hijo, declaró años después que su padre era el hombre más enfadado que jamás había conocido. Y su ira estaba bien fundada.

Nacido en Tishomingo, un pueblecito pequeño de Oklahoma, con nueve años se mudó a Tulsa, segunda ciudad más populosa de este estado, para vivir con su padre, y posteriormente ambos acabaron en Texas, donde se graduó en el Wiley College. Sin embargo, el golf no entró inicialmente en sus planes vitales. Después de trasladarse de nuevo al sur de California, Spiller comenzó a jugar al golf con casi treinta años y enseguida se convirtió en uno de los mejores jugadores negros de la zona. En aquella época, el golf era un deporte segregado y sectario, y a Spiller le desesperaba no poder competir en igualdad de condiciones con los mejores golfistas blancos del circuito. Aunque el afroamericano John Shippen ya había jugado en el segundo U. S. Open que se celebró en Shinnecock Hills en 1896, durante casi medio siglo los golfistas negros tuvieron vetado el acceso a casi todos los torneos profesionales y no les quedaba más remedio que conformarse con participar en las pruebas organizadas por la United Golf Association, una entidad que promovía pruebas para negros durante la época de la segregación racial. En las pocas ocasiones en que podían competir con jugadores blancos a los golfistas negros los emparejaban entre sí, al menos hasta que Johnny Bulla y otros compañeros decidieron romper esa tendencia dando el primer paso de una larga lucha que aún duraría varias décadas. El fichaje de Jackie Robinson por los Brooklyn Dodgers, que le convertía en el primer jugador negro que llegaba a la Major League Baseball en 1947, abrió una brecha en el cerrado mundo del deporte profesional y ofreció esperanza a todos aquellos golfistas negros que, hasta entonces, se veían relegados a ejercer de caddies o malgastaban su talento en torneos de segunda fila. Mientras otros jugadores optaban por la contemporización y la resistencia pasiva, jugadores como Bill Spiller emprendieron una ofensiva en varios frentes para ganarse el puesto que su calidad les debía haber otorgado.

Spiller se hizo profesional justamente ese mismo año y empezó a disputar torneos de la UGA después de haberse anotado un buen número de competiciones amateurs e incluso haber jugado con los mejores golfistas negros en el Joe Louis Invitational, un torneo promovido en Detroit por la estrella del boxeo, o con los mejores profesionales del país en el Los Angeles Open y el Tam O’Shanter, dos importantes campeonatos que no cerraban sus puertas a los jugadores negros. Precisamente en el Los Angeles Open de 1948, uno de los pocos torneos abiertos a todos los jugadores independientemente del color de su piel, Spiller finalizó entre los sesenta mejores clasificados, algo que también lograron Ted Rhodes y el amateur Madison Gunter, también negros. Alcanzar ese puesto les clasificaba para el Richmond Open, siguiente torneo del calendario, pero se rechazó su inscripción porque no eran miembros del circuito. ¿Y por qué no eran miembros? Porque en aquella época el circuito profesional lo controlaba la PGA de América, que proscribía el acceso a los jugadores negros al contar en sus estatutos con una cláusula de pertenencia exclusiva para blancos. La pescadilla que se mordía la cola. Larra habría estado encantado de narrar la conversación entre George Schneiter, representante del PGA en el torneo, y los tres golfistas negros presentes en el Richmond Country Club.

Spiller no se quedó cruzado de brazos e interpuso una demanda contra la PGA de América y el Richmond Golf Club por infracción de la ley Taft-Hartley, ya que los golfistas consideraban que se les negaba la posibilidad de ganarse el sustento con su trabajo al no dejarles participar en torneos. Pese a ello, los golfistas retiraron la denuncia cuando un abogado de la PGA declaró que la entidad “no discriminaría o denegaría privilegios de juego a nadie a causa del color”, una falacia como se vería poco después. De hecho, el circuito cambió su normativa y dejó de incluir una regla específica que excluía a los negros, pero indicó que a partir de entonces todos sus pruebas serían “por invitación”… y adivinen ustedes a quiénes jamás se les giraría una de estas invitaciones.

Bill Spiller
Bill Spiller

Cuatro años después, en 1952, Spiller se clasificó para jugar el San Diego Open, torneo donde también participaría como invitado el boxeador Joe Louis, un gran reclamo para los patrocinadores del torneo. Sin embargo, la situación que se había dado en Richmond se repitió y los representantes del circuito rechazaron la inscripción de Spiller y de Louis. El púgil aprovechó su tirón mediático y su relación con Walter Winchell, un célebre locutor de la época, para dar a conocer la situación de los golfistas negros y hacer que los medios de todo el país se hicieran eco. Gracias a ello, Louis consiguió participar en aquel San Diego Open —la PGA alegó que sus reglas no se aplicaban a un amateur—, pero Spiller se quedó sin jugar y protagonizó un duro cara a cara con Horton Smith, primer ganador del Masters y presidente de la PGA. Durante el primer día del torneo, Spiller decidió demostrar su hartazgo plantándose en mitad del primer tee para protestar por aquella injusticia hasta que Joe Louis y otros amigos le convencieron para que se retirara. Eso sí, sus esfuerzos no fueron en vano, ya que esa misma semana la PGA anunció que, a partir de entonces, los golfistas negros podrían jugar como “participantes aprobados” si se les invitaba a ello, y la semana siguiente Spiller, Rhodes, Louis y Charlie Sifford disputaron las previas del Abierto de Phoenix. Spiller no logró clasificarse, pero a lo largo de todo el año jugó cinco pruebas en el oeste y otras tantas en el este, aunque le recomendaron, dado el racismo imperante en aquellos estados, se abstuviera de intentar jugar en el sur profundo.

Pese a los cambios en su normativa, la PGA de América se resistió a la integración plena. En 1960 Bill Spiller, Charlie Sifford y otros jugadores recurrieron a Stanley Mosk, fiscal general de California, y le explicaron la situación. Mosk respondió prohibiendo a la PGA de América que utilizara campos públicos para organizar sus torneos si estos no se abrían a golfistas de todas las razas, pero la entidad indicó que se limitaría a usar campos privados. Mosk no cedió y declaró ilegal esa iniciativa, y también se puso en contacto con los representantes legales de otros estados para advertirles acerca de las prácticas del PGA. Finalmente, en 1961 la PGA claudicó y eliminó la cláusula de exclusividad para blancos de sus estatutos, aunque a esas alturas Spiller ya contaba con 48 años y no pudo beneficiarse de ello. Ese mismo año, Charlie Sifford se convertía en el primer afroamericano con tarjeta en el PGA Tour, mientras que en 1963 Althea Gibson hacía lo propio en el LPGA Tour. Al año siguiente, Pete Brown lograba la primera victoria de un jugador negro en el Waco Open, pero hubo que esperar hasta 1975 para que Lee Elder consiguiera franquear las puertas del exclusivo Augusta National con el fin de jugar en el Masters.

En noviembre de 2009, 21 años después de que falleciera, la PGA de América otorgó la calidad de socio honorario a Bill Spiller, una recompensa justa pero tardía para un golfista que no se resignó a su suerte y que luchó incansablemente por la igualdad que una sociedad pacata y cerrada le negaba.