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El corredor de la muerte

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Escenario del corredor de la muerte de la película 'La milla verde'.
Escenario del corredor de la muerte de la película 'La milla verde'.

Al ser humano le va la dualidad y, en cuanto puede, organiza unos cirios filosóficos y religiosos tremendos tirando de contraposiciones binarias. Bien y mal, cuerpo y alma, yin y yang, éxito y fracaso, unos y ceros… llevamos toda nuestra atribulada historia entretenidos intentando darle sentido a la realidad a partir de parejas de valores absolutos, aunque los matices y los grises se empeñen en complicar la vida a quienes quieran referencias fáciles y asibles. En nuestro día a día, esta dualidad se traslada incluso al mundo de los dichos de andar por casa y los refranes, esos fragmentos de supuesta sabiduría popular que pueden convertirse en un arma de destrucción masiva en boca de un interlocutor machacón y de buena memoria. Porque se supone que a quien madruga, Dios le ayuda, pero no por mucho madrugar amanece más temprano, del mismo modo que las apariencias engañan, pero la cara es el espejo del alma. En resumidas cuentas, y como decía el inmortal Saza en Amanece que no es poco, “un sindiós”.

A costa de una parte de nuestra cordura, estos dichos también se han hecho hueco en nuestro querido deporte. Por ejemplo, que levante la mano quien no haya oído la sofisticada y ocurrente (sarcasmo, Sheldon) rima “después de birdie, mierdi”, que Góngora habría incorporado a su repertorio si no llega a ser porque el golf no estaba muy arraigado en España en el Siglo de Oro. Incluso en este PGA Championship se ha recurrido al refranero bursátil (que lo hay) para oponer el perogrullístico “rendimientos pasados no garantizan rendimientos futuros” al horses for courses que el golf robó al turf hace no tanto y que pretendía justificar la condición de favoritos de Rickie Fowler y Rory McIlroy en Quail Hollow, un campo que han dominado en años anteriores.

El hoyo 18 de Quail Hollow durante la tercera ronda del PGA Championship. © Golffile | Ken Murray
El hoyo 18 de Quail Hollow durante la tercera ronda del PGA Championship. © Golffile | Ken Murray

Entre los principales culpables de desbaratar los sueños de los dos aspirantes mencionados y de muchos otros está la llamada “Milla Verde”, el implacable tramo final de la “hondonada de la codorniz”. En los torneos regulares del PGA Tour no hay tres hoyos finales tan difíciles y, desde 2003, la media de golpes del 16 al 18 de Quail Hollow es de 0,916 por encima del par, una cifra que se ha ido hasta los 1,07 golpes sobre par en las tres primeras vueltas de este PGA Championship. Después de sufrir el desgaste y la presión habituales en estas citas, los golfistas llegan con las reservas justas y las sinapsis se desconectan. Solo así se justifica la debacle de Jason Day en el último hoyo, un colapso mental (o brain fart, en su coloquial y maravilloso equivalente inglés) que le ha borrado del torneo después de que el australiano firmara un aparatoso cuádruple bogey a raíz de una inexplicable serie de catastróficas desdichas y malas decisiones.

Jason Day durante la tercera jornada en Quail Hollow. © Golffile | Eoin Clarke
Jason Day durante la tercera jornada en Quail Hollow. © Golffile | Eoin Clarke

Como casi todos nuestros lectores ya sabrán, el término “Milla Verde” no solo sirve para describir la longitud y el color de los tres compromisos finales de Quail Hollow, sino que nos lleva a la novela de Stephen King trasladada al cine en 1999 por Frank Darabont y protagonizada por Tom Hanks, David Morse y Michael Clarke Duncan. El linóleo de color lima del corredor de la muerte de la penitenciaría Cold Mountain daba nombre a esa “Milla Verde” que tenían que recorrer los condenados hasta la silla eléctrica en esta apasionante historia de ritmo pausado e imágenes potentes. Pero hay que volver al terreno de las frases hechas, porque walk the green mile, en inglés, también significa “caminar hacia lo inevitable”, una suerte funesta a la que se ven abocados casi todos los participantes de este PGA Championship. Porque lo inevitable, salvo para quien esté más fino en la jornada decisiva, es la derrota.

Hideki Matsuyama, en la tercera ronda del PGA Championship. © Golffile | Eoin Clarke
Hideki Matsuyama, en la tercera ronda del PGA Championship. © Golffile | Eoin Clarke

Entre los cinco primeros clasificados, solo Louis Oosthuizen sabe lo que es hacerse con el título en un major, una ventaja notable cuando lleguen los momentos más comprometidos. No obstante, los pronósticos siguen centrados en un Hideki Matsuyama que ayer no tenía su mejor día pero salía relativamente indemne gracias a los errores finales cometidos por Kevin Kisner y Chris Stroud, más modestos sobre el papel pero solventes hasta el momento. Y relamiéndose después de protagonizar la mejor maniobra de la tercera jornada está Justin Thomas, que parece dispuesto a volver al primer plano después de dos meses de sequía absoluta. Si creen en la numerología (no es mi caso), apuesten por el estadounidense. Como apuntaba ayer Álvaro Beamonte durante la retransmisión televisiva en Movistar Golf, los ganadores de los tres primeros majors del año —Sergio García, Brooks Koepka y Jordan Spieth— tienen seis letras en el nombre y el apellido, como el joven talento de Louisville. Pero esta “Milla Verde”, me temo, no sabe de casualidades ni de realismo mágico, con lo que Thomas tendrá que recurrir a lo mejor de su arsenal golfístico si pretende alzar el trofeo Wannamaker.