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Duelo de titanes

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Tiger Woods, durante la tercera jornada. © Tom Russo | Golffile
Tiger Woods, durante la tercera jornada. © Tom Russo | Golffile

Como una de esas películas de la Toho, en la que Godzilla y sus colegas monstruosos se liaban a mamporros y dejaban Tokio hecho una escombrera; como el Royal Rumble, ese divertido reparto indiscriminado de guantazos (coreografiados, eso sí) que se ha convertido con el tiempo en una de las citas ineludibles para los fans de la lucha libre; como un «todos contra todos» en Call of Duty (soy demasiado viejuno para poner Fortnite) con tiros a mansalva y ritmo frenético; como el duelo en el OK Corral que se recordó, por ejemplo, en la película que da título a esta columna, con Burt Lancaster y Kirk Douglas interpretando en estado de gracia a Wyatt Earp y Doc Holliday y poniendo en su sitio a los Clanton y a los McLaury… Así me imagino yo la última jornada del PGA Championship, un grande engrandecido por la calidad de los contendientes, pese a las facilidades que está ofreciendo su sede, el Bellerive Country Club.

Si algún día la PGA se plantea esculpir una tribuna de atlantes (el equivalente masculino de las cariátides), haría bien en tirar de los cinco primeros clasificados de esta centésima edición del PGA Championship (bueno, Fowler es un poco más bajito que Koepka, Scott, Rahm y Woodland, pero su transformación física es patente en las últimas temporadas y se le pueden poner alzas). Los demás conforman un cuarteto espectacular de gigantes más o menos tranquilos cuya fachada física nos impide a veces ver las cualidades menos evidentes de su juego. Koepka, por ejemplo, demostró ayer agresividad y acierto desde el tee desde el primer momento (a diferencia de Woodland, que optó por un planteamiento algo más conservador y a punto estuvo de pagarlo más caro), pero fue su capacidad de recuperación y su juego corto los que le sacaron de más de un apuro cuando la vuelta se torció en el último tramo. Rahm, por su parte, está haciendo un ejercicio de contención notable; no en su juego, ni mucho menos, ya que sigue el guion establecido y está yendo a por todas en el recorrido de St. Louis, sino en su manera de afrontar los «momentos planos», cuando los putts se empeñan en no entrar y deslucen su labor. Ayer llegó a estar a siete golpes del líder, pero Rahm esperó sin desesperar hasta que los birdies llegaron. El resultado: saldrá en el penúltimo partido, a solo tres golpes de los líderes.

Hay mucha hambre de victoria entre los mejores, muchas ganas de reivindicación. Brooks Koepka, Justin Thomas y Jason Day buscan el afianzamiento en un Olimpo en el que ya deberían figurar por méritos propios (es alucinante lo desapercibido que, por lo general, sigue pasando un doble ganador de U. S. Open); Adam Scott, Charl Schwartzel y Stewart Cink insisten en asomarse y en traer al presente glorias no tan lejanas; Jon Rahm, Rickie Fowler, Shane Lowry y Gary Woodland quieren llevar a su palmarés el primer triunfo en un major, esa victoria que cambia vidas y transforma carreras; y Tiger Woods… qué decir de Tiger. El californiano está a cuatro golpes del líder, pero a nadie le hubiera extrañado si su 66 de ayer se hubiera convertido en un 63 (en el 17 se fue con par después de hacer tres putts, teniendo un putt para eagle bastante franco, y en el 18 también marró una buena ocasión). En cualquier caso, vuelve a estar con opciones, algo más de diez años después de llevarse su último major.

Ahora toca hacer el típico comentario «bienqueda» y decir eso de que gane el mejor y el que más se lo merezca (y en el fondo lo pienso), pero qué quieren que les diga… Si ganan Jon Rahm o, en su defecto, Tiger Woods, a mí me hacen padre (y no solo porque me facilitarían bastante la labor a la hora de escribir la columna de mañana). En cualquier caso, quedan pocas horas para que se despeje la incógnita y, como decían en Spinal Tap, la divertidísima película de Rob Reiner sobre una banda de rock disparatada, la emoción estará al once (en una escala de diez), como el volumen imposible de sus altavoces. ¡No se lo pierdan!