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El Open y el ojo

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Sandy Lyle ha sido el encargado de pegar el primer golpe del Open. © Golffile | David Lloyd
Sandy Lyle ha sido el encargado de pegar el primer golpe del Open. © Golffile | David Lloyd

La anécdota es relativamente conocida en el círculo de los profesionales españoles, aunque respetaremos el anonimato de su protagonista. Hace años, en el primer día de una competición nacional de alto nivel, un golfista deambula por el tee del uno rezongando entre dientes y mirando hacia la calle, inquieto por algún motivo que sus compañeros de partido no consiguen averiguar. Después de pinchar bola y ejecutar algún swing de prácticas, el golfista sigue mascullando un buen rato mientras sus colegas esperan. «No lo veo. ¡No lo veo!», le oyen decir, sin darle demasiada importancia al comentario. Pero instantes después, el jugador decide recoger la bola que descansa sobre el tee, se la mete en el bolsillo y abandona el torneo antes de pegar el primer golpe.

Un campeón discreto

Es un ejemplo extremo, pero así es el golf: o ves el golpe o no lo ves. La visualización es casi tan importante como la ejecución, el resorte que empuja y convence, un aliado imprescindible o un enemigo implacable. Daniel Tammet nos ofrece un ejemplo llamativo en su libro La conquista del cerebro: Álvaro Pascual-Leone, neurocientífico de Harvard, enseñó un ejercicio sencillo de piano a cinco voluntarios que no eran músicos y les pidió que practicaran dos horas al día durante cinco días. Pasado ese tiempo, en los escáneres cerebrales que les hizo se vio que aumentaba en extensión la zona del cerebro responsable de controlar el movimiento de los dedos. Luego, repitió el experimento con otro grupo de voluntarios, a quienes no pidió que practicaran en el piano, sino que pensaran en los movimientos que tenían que hacer sus dedos. El resultado de los escáneres al segundo grupo de voluntarios, prácticamente el mismo. El cerebro se había desarrollado casi igual. Las imágenes mentales habían surtido el mismo efecto que el movimiento real. Huelga decir que no basta con eso, que hay que dominar la técnica y acostumbrar los músculos a la repetición, pero la visualización funciona como potente software de partida. Y no estamos hablando de técnicas esotéricas ni de pantomimas salidas de un libro de Coelho o alguno de sus secuaces.

El compás de DeChambeau y los perritos calientes de Kobayashi

Por otro lado, y como aparente contraposición, tenemos el consejo que da todo maestro: en el golf conviene vivir el presente y no es recomendable anticiparse. Esta máxima no tiene por qué ser incompatible con lo que hemos indicado antes, ya que por un lado estamos hablando de los beneficios de la visualización antes de dar un golpe y, por otro, de los perjuicios obvios de vender la piel del oso antes de cazarlo. Como decía el magistral ajedrecista cubano José Raúl Capablanca cuando le preguntaban cuántas jugadas era capaz de anticipar: «Yo solo veo un movimiento por adelantado, pero siempre es el correcto».

Como decía el magistral ajedrecista cubano José Raúl Capablanca cuando le preguntaban cuántas jugadas era capaz de anticipar: «Yo solo veo un movimiento por adelantado, pero siempre es el correcto»

Además de las imágenes que recordamos o que elaboramos internamente, una tercera parte del cerebro está dedicada a procesar la información que captamos a través de los ojos. Los profesionales del golf deben aunar los datos que les proporciona el sentido de la vista y su capacidad de visualización mental para esquivar los obstáculos y encontrar las líneas ideales de juego como hizo Ben Hogan en el Open de 1953, cuando durante las cuatro vueltas optó por jugar el hoyo 6 por el lado izquierdo, entre los peligrosísimos búnkeres y el fuera de límites, hazaña que hizo que se rebautizara ese hoyo como «Hogan’s Alley» (callejón de Hogan). Más aún esta semana en el Open Championship de Carnoustie, un recorrido que llega con calles firmes y el rough achicharrado y más frágil de lo habitual, pero en el que seguirá primando el sota-caballo-rey basado en evitar los búnkeres de calle —esos peligrosos «ojos» a los que nadie quiere mirar— y escoger la trayectoria ideal hasta la bandera. Los caminos y las estrategias son diversas, y estamos viendo a jugadores desenfundar sin miedo el driver mientras que otros prefieren recurrir al hierro prudente confiando en que la dureza del terreno sea su aliada e iguale las fuerzas.

Los profesionales del golf deben aunar los datos que les proporciona el sentido de la vista y su capacidad de visualización mental para esquivar los obstáculos y encontrar las líneas ideales de juego como hizo Ben Hogan en el Open de 1953

De noche todos los gatos son pardos, igual que Carnoustie este julio, pero diga lo que diga el refrán no todos los jugadores tienen las mismas posibilidades de alzarse con el triunfo. Ya puestos a pedir, me gustaría que esta edición se recordarse por el juego deslumbrante del ganador y no por el apagón de un aspirante, como ocurrió con Van de Velde en 1999, ni por un putt malhadado que todos vimos dentro, como en 2007 con aquel golpe que estuvo a punto de proporcionar su primer major a Sergio García. Sea como sea, si van a ejercer de espectadores pertinaces preparen los colirios, que se enfrentan a más de cuarenta horas de retransmisión del Open por cortesía de Movistar Golf. Abran bien los ojos, no se pierdan detalle y vean, vean.