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La falacia de la Armada

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Sergio García y Jon Rahm. © Golffile | Ken Murray
Sergio García y Jon Rahm. © Golffile | Ken Murray

No hace falta irse a la playa de Benidorm en plena canícula ni poner a prueba nuestra capacidad socializadora en el FIB, el Mad Cool o en cualquier otro festival veraniego para descubrir que somos gregarios por naturaleza. La soledad es un bien preciado, pero por lo general nos desenvolvemos mejor rodeados de amigos, familiares y allegados. Tendemos a relacionarnos, a estrechar lazos y a pegar la hebra con quien se ponga a tiro, y llevamos haciéndolo desde antes de que algún primate inquieto decidiera bajarse de un árbol hace millones de años. A lo largo de nuestra vida nos integramos en distintos clanes o tribus que nos ofrecen refugio, respaldo o identidad, ya sea en aspectos trascendentales o puramente lúdicos. Formamos parte de innumerables subconjuntos definidos por nuestras aficiones y afinidades, y todas ellas sirven para tejer una intrincada maraña de relaciones.

Pero este gregarismo, esta identificación con ciertos colores, nos lleva a veces a confundir casualidad con causalidad, y a encontrar tendencias y patrones donde apenas hay nada. En golf y en otros deportes, por ejemplo, utilizamos una socorrida figura grupal, “la Armada”, para englobar a todos los deportistas de nuestro país presentes en distintas competiciones. Y cuando los éxitos llegan se disparan las asociaciones y las preguntas al respecto, como sucede en estas felices fechas. Ciñéndonos exclusivamente (e injustamente, todo sea dicho) al campo masculino y a los principales circuitos, por no difuminar demasiado el foco, los triunfos de Sergio García, Jon Rahm, Rafa Cabrera-Bello y Álvaro Quirós han hecho que los periodistas deportivos, especialmente los corresponsales extranjeros, no dejen de hacer una pregunta: “¿Qué ocurre con los golfistas españoles?” Esta misma semana, Sergio García intentaba salir del paso recurriendo a algún tópico y mencionando la calidad, el carisma y la pasión de los golfistas de nuestro país, y no se olvidaba tampoco de una verdad como un templo: el buen tiempo y las horas de sol que facilitan la labor de quienes tienen que practicar al aire libre en España. Sin negar del todo la mayor (no hay más que recordar la calidad y la actitud de Seve Ballesteros, Sergio García o Jon Rahm en el campo), achacar los éxitos del golf español a ese supuesto carácter patrio es, cuando menos, arriesgado.

Triunfos españoles en 2017. © Golffile
Triunfos españoles en 2017. © Golffile

Aunque ningún hombre sea una isla, como decía John Donne, es complicado encontrar elementos comunes en las carreras de los mejores jugadores españoles, más allá de que todos hayan salido de entornos golfísticos (favorecidos por el desarrollo de nuestro país en las últimas décadas) y de “viveros” de este deporte repartidos por todo el territorio español, y que, en mayor o menor medida, durante su etapa amateur pasaran por las canteras de sus clubes y de los equipos nacionales. Pero soy escéptico cuando se habla de idiosincrasias, caracteres o espíritus, y más en un deporte individual como el golf. Incluso en el fútbol, parece que nos ha ido mejor cuando hemos aparcado la supuesta “furia española” que caracterizaba a nuestros equipos y nos hemos olvidado del “a mí, que los arrollo” de Belauste para aprovechar las privilegiadas características técnicas de unas generaciones únicas que se han visto beneficiadas por el cambio de paradigma técnico introducido por Cruyff, Guardiola y Del Bosque. El golf tampoco parece ceñirse a fronteras geográficas, aunque hasta la fecha nuestros campeones más destacados procedan del norte de España. Ahí están el levantino Sergio García o el andaluz Miguel Ángel Jiménez para añadir variedad, por mencionar solo dos ejemplos a vuelapluma, con lo que no parece que haya latitudes más favorables para el golf. No busquen equivalentes a los fondistas kenianos o etíopes, con físicos privilegiados por la orografía, en nuestro deporte. En el aspecto técnico, la habilidad de Seve Ballesteros y José María Olazábal generó el mito de las “Spanish hands” que, posteriormente, parece que han heredado Sergio García o Jon Rahm, pero el término no deja de ser otra etiqueta periodística coyuntural. Cierto es que los jugadores españoles y europeos se enfrentan a campos mucho más diversos que los presentes en el circuito estadounidense, y eso les obliga a afilar el instinto y la técnica para resolver situaciones de todo pelaje, pero ya les gustaría a todos los golfistas españoles haber heredado esas manos.

José María Olazábal. © Golffile | Eoin Clarke)
José María Olazábal. © Golffile | Eoin Clarke)

Dicho todo lo anterior, y aunque siga pensando que el término “Armada” sea un convencionalismo estético, me quito unos instantes el disfraz de Mr. Scrooge para reconocer que la vida en el circuito hace que la mayoría de los jugadores españoles, al margen de que tengan un trato más o menos cercano, compartan muchas horas de cancha, campo o tiempo libre. Los éxitos de otros jugadores que conviven con ellos (y a los que seguramente ganen de vez en cuando en sus partidas de prácticas) les sirven de acicate y, al mismo tiempo, retroalimentan sus esfuerzos. La motivación de ver a golfistas que amenazan el statu quo de unos y de otros es un arma poderosa y el “efecto contagio”, por esotérico que parezca, no es descartable.

También hemos de felicitarnos de que haya tantos golfistas españoles compitiendo a alto nivel, y que su diversidad escape al estereotipo y ofrezca posibilidades de victoria en todo tipo de frentes. Al menos, a la hora de elegir un nombre que agrupe a nuestros jugadores hemos sabido darle la vuelta al término peyorativo acuñado por los ingleses para denostar a la flota movilizada por orden de Felipe II y convertirlo en motivo de orgullo. Y porque lo de “Grande y Felicísima Armada”, su denominación oficial, quedaba un pelín largo…

El hoyo 18 de Royal Birkdale. © Golffile | David Lloyd
El hoyo 18 de Royal Birkdale. © Golffile | David Lloyd

Por supuesto, pese a no creer en la Armada como entidad coherente y homogénea, estoy deseando que llegue el tercer triunfo español esta semana en Royal Birkdale. Han pasado más de 18 años desde la última vez que el golf de nuestro país encadenó tres triunfos consecutivos en el European Tour (cuando, en 1999, Miguel Ángel Jiménez ganó el Turespana Masters – Open de Andalucía el 14 de marzo, Pedro Linhart se impuso en el Madeira Island Open el 28 de marzo y José María Olazábal ganó el Masters el 11 de abril) y habría que remontarse a 1992 (entre febrero y marzo, con victorias de Olazábal, Ballesteros y Rivero) y a 1977 (entre abril y mayo, con triunfos de Antonio Garrido, Ballesteros y Ángel Gallardo) para encontrar cuatro victorias seguidas en el calendario. Con Armada o sin ella, que siga la racha en este Open Championship.