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Laddie Lucas, un golfista de altos vuelos

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Spitfires, en pleno vuelo.
Spitfires, en pleno vuelo.

Percival Belgrave “Laddie” Lucas conoce a la perfección el hoyo que tiene ante sí, igual que el resto del recorrido. Su padre había sido secretario y cofundador del Prince’s Golf Club, además de haber diseñado el campo junto a Charles Hutchings en tierras donadas por el conde de Guilford. Lucas había nacido en su casa club y había dado sus primeros pasos entre palos y golfistas, mientras los soldados de un regimiento cercano de Highlanders le hacían carantoñas y le apodaban Laddie (chavalín, en español) como mera excusa para acercarse a su niñera.

De casta le venía al galgo, y Lucas fue un golfista precoz y avezado que se curtió con un compañero inmejorable, el campeón Henry Cotton. En una ocasión, cuando solo tenía seis años, siguió pacientemente la vuelta de prácticas que tres ilustres visitantes, Walter Hagen, Jim Barnes y Horace Hutchinson, dieron al Prince’s Golf Club para prepararse de cara al Open de 1922. Al final de la vuelta, Barnes, sorprendido por la tenacidad y el interés del chaval, le ofreció 24 bolas y le dijo que podía quedarse con todas aquellas que consiguiera meter en calle desde el tee del uno. El botín fue jugoso, y las risas de Hagen y Hutchinson, estruendosas: el zurdo “Laddie” Lucas no falló ni una.

El recorrido Himalayas a día de hoy en el Prince's Golf Club.
El recorrido Himalayas del Prince’s Golf Club, a día de hoy.

Pero la tragedia se cruzó en su vida y su padre falleció cuando él solo contaba con once años. Su familia se mudó a Hertfordshire y se hizo socio juvenil del club Sandy Lodge, donde conoció al profesional Arthur Havers, campeón del Open de 1923 en Royal Troon. Havers, que abría mucho las piernas en el stance para pegarle durísimo a la bola y moverla a su antojo, se convirtió en su ídolo, y el profesional correspondió a esta admiración jugando con Lucas unos hoyos en cuanto terminaba con sus obligaciones cotidianas.

El mapa del hoyo 9 del Himalayas, hoy en día.
El mapa del hoyo 9 del Himalayas, hoy.

Lucas repasa mentalmente el trazado del hoyo nueve del recorrido Himalaya del Prince’s Golf Club, un par cuatro de casi 400 metros desde los tees de campeonato. Sabe que desde el tee elevado solo se ve el lado derecho de la calle; que, en caso de cazar la hierba segada al ras, tarea difícil a causa del viento predominante del sudoeste, hay que apoyarse por la izquierda en el tiro a green. Sin embargo, el profundo búnker de Sarazen, bautizado en honor del ganador de único Open que había acogido el campo, acecha a quienes se pasen por ese lado. Lucas ha visto muchas esperanzas enterradas de manera metafórica y literal en esa trampa de arena. Los nervios le atenazan, pero sabe que la precisión es básica para salir del brete. En esta ocasión, coger la calle es cuestión de vida o muerte.

El inglés no se arrugaba y lo había demostrado en numerosas ocasiones. Como cuando con catorce años lo invitaron a jugar con un Harry Vardon recién salido del hospital y que solo pudo jugar once hoyos. El séxtuple ganador del Open, pese a estar enfermo, hizo 29 golpes en la primera mitad del recorrido. Lucas jamás vio a nadie golpear la bola tan recta. Luego llegaron sus hazañas como internacional inglés desde los quince a los dieciocho años, su título en el British Boys en Carnoustie, su liderazgo incuestionable en el equipo de golf del Pembroke College de Cambridge, su medalla al mejor amateur del Open Championship de 1935 en Muirfield. A decir de todos los especialistas, a los diecinueve años era el mejor jugador zurdo del mundo.

Pero poco después de graduarse en Cambridge optó por la vía de las letras e impresionó tanto en su entrevista de trabajo al barón Beaverbrook, dueño del Sunday Express, que este decidió emplearlo como periodista deportivo. Allí estuvo trabajando hasta que estalló la Segunda Guerra Mundial. De inmediato, Lucas se presentó voluntario en la RAF e hizo la instrucción de vuelo en Canadá, para incorporarse poco después a Escuadrón 66 con base en Cornualles. En febrero de 1942 lo destinaron a Malta, donde se unió al Escuadrón 249, una unidad de combate heterogénea formada por ingleses, canadienses, polacos y australianos. Lucas no tardó en convertirse en el oficial al mando de esta unidad y en destacar en combate siguiendo los pasos del as inglés Douglas Bader, especialista en los ataques “saliendo del sol”, desde arriba y en picado. Dicha estrategia les permitió neutralizar su notable inferioridad numérica y técnica, ya que inicialmente tuvieron que enfrentarse a los Messerschmidts de Kesselring con Hawker Hurricanes obsoletos. Gracias a la táctica de Bader, y con la precisión afilada por sus años como golfista, Lucas derribó tres aparatos y dañó otros siete en una refriega contra tres bombarderos italianos y ocho Messerschmidts ME 109, hazaña por la que recibió la Cruz de Vuelo Distinguida. Después comandó el Escuadrón 616 de Spitfires con base en Coltishall y participó en misiones de apoyo táctico en las Ardenas al mando del Escuadrón 613, para luego ascender a teniente coronel de la Fuerza Aérea Táctica, siempre con el blasón familiar en la carlinga de sus aparatos. En uno de estos duelos aéreos en el norte de Francia, un ME 109 deja maltrecho su Spitfire y Lucas se ve obligado a retirarse a territorio amigo cruzando el canal de la Mancha. Su motor sigue protestando ruidosamente hasta pararse cuando ya casi alcanzaba territorio inglés y Lucas comprende que no llegará al aeródromo. Aun así, no quiere saltar en paracaídas y prefiere planear hasta la bahía de Sandwich, donde está el Prince’s Golf Club que diseñó su padre, utilizando la casa club, la misma en la que había nacido 29 años atrás, como referencia visual. Describiendo círculos, Lucas pierde altura mientras sobrevuela las calles de los hoyos dos, cuatro, doce y ocho. Su última oportunidad es la difícil calle del nueve.

Lucas, que ha jugado mil veces este hoyo del recorrido Himalaya, se prepara para el impacto, tira de la palanca de mando en un último intento por enderezar su fiel Spitfire y aterriza con habilidad sobre la panza hasta acabar ileso, aunque fuera de límites, cerca del río Store. Sus primeras palabras a quienes se acercan a auxiliarlo: “Nunca consigo coger esta dichosa calle”.