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Las fases del duelo

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Tiger Woods. © Golffile | Fran Caffrey
Tiger Woods. © Golffile | Fran Caffrey

El 16 de agosto de 2009 se abrió la primera grieta en el indiscutible dominio de Tiger Woods en el golf mundial. El desenlace del PGA Championship disputado en Hazeltine dejó a medio mundo golfístico con la boca abierta y al otro medio frotándose los ojos. El corajudo triunfo de Y. E. Yang ante el californiano, la primera vez que el entonces número uno del mundo perdía un major saliendo como líder en la última jornada, era una anomalía, un capricho del azar al que la mayoría de los analistas dio la trascendencia justa. Pero aquella singularidad cobró importancia a medida que los acontecimientos se fueron desencadenando y los problemas personales se sumaron a los físicos hasta lastrar irreparablemente la carrera de quien estaba destinado a batir todos los registros en el panorama profesional.

Como defiende la teoría criminológica de las ventanas rotas elaborada por James Q. Wilson y George L. Kelling, la presencia de un cristal roto en un edificio parece llamar a los bajos instintos de los vándalos, que posiblemente rompan algunas más e incluso lleguen a irrumpir en el bloque para ocuparlo. Trazando un arriesgado paralelismo, una vez que Tiger Woods exhibió su carácter vulnerable dejando que Yang rompiera uno de los cristales de su fachada, sus demás rivales dejaron de verlo como un rival inabordable… aunque cierto es que el propio Tiger se encargó de cargarse, aunque fuera de manera involuntaria, un buen número de ventanales con sus affaires y lesiones. El resultado es el mismo: lo que en tiempos fue la portada de un rascacielos imponente, bello y luminoso se sostiene a duras penas después de ocho años de reveses personales, físicos y deportivos. Y sus seguidores, entre los que me cuento, no sabemos cómo afrontar este drama.

En su libro Sobre la muerte y el morir la psiquiatra y tanatóloga Elisabeth Kübler-Ross expuso su teoría acerca de las cinco fases del duelo, que describe cómo nos enfrentamos a una tragedia o pérdida, especialmente si se trata de una enfermedad grave. Sin querer trivializar sus enseñanzas (algo que ella mismo hizo al relacionarse con médiums y personajes de dudosa catadura moral) extrapolándolas a otros terrenos, su modelo podría servir para describir cuál ha sido la actitud de los seguidores de Tiger Woods durante estos ocho años de penurias y sufrimiento.

En primer lugar, llegó la negación en forma de barrera que colocamos ante una realidad a la que, además, dimos la espalda. La magnitud de Tiger Woods nos impedía asumir que su carrera había descarrilado, que ya no íbamos a disfrutar al mismo nivel del jugador que dominó el golf mundial durante más de una década. Después de esta primera fase defensiva, pasamos al ataque y recurrimos a la ira. ¿Por qué tenía que pasarle a Tiger todo aquello? No era justo que la carrera del mejor golfista de todos los tiempos se viera truncada por una serie de catastróficas desdichas. Pero en el modelo Kübler-Ross, la ira no lleva al odio, como decía Yoda, sino a la negociación. Después de sacar a pasear nuestra mala leche, los seguidores de Tiger intentamos reencauzar nuestras esperanzas aferrándonos al menor signo de mejoría —alguno más que justificado, como su gran temporada 2013; otros algo más tenues, como sus chispazos intermitentes en algunos grandes—, pero pasa el tiempo y todas nuestras esperanzas, que despiertan cada vez que vemos al californiano en acción, se van difuminando. Y eso nos lleva a la depresión, una vez que comprendemos que lo más probable es que la carrera del exnúmero uno del mundo esté tocando a su fin. Los lamentos los llevaremos con mayor o menor salud, pero a fin y de cuentas no nos quedará más remedio que llegar a la última fase de este modelo: la aceptación.

Tiger Woods © TGR
Tiger Woods © TGR

Pero asumir su partida no equivale a resignarse ni a olvidar. La meta para Tiger Woods puede estar cerca —aunque con cada reaparición sus fieles volvamos al punto de partida del ciclo que acabamos de describir—, pero el duelo debe convertirse en celebración, en reivindicación de su grandeza. Independientemente de lo que sea de él en el futuro inmediato, hemos tenido la suerte de disfrutar de toda la carrera del mejor golfista de todos los tiempos (con o sin permiso de Nicklaus, como dice mi buen amigo Javier Pinedo). Si nos queda claro eso, será más fácil aceptar su marcha.