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Love story

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Rory McIlroy y su caddie J. P. Fitzgerald en el Dubai Duty Free Irish Open 2017. © Golffile | Eoin Clarke
Rory McIlroy y su caddie J. P. Fitzgerald en el Dubai Duty Free Irish Open 2017. © Golffile | Eoin Clarke

Parece que a Rory McIlroy y a J. P. Fitzgerald se les ha roto el amor de tanto usarlo. Poco después de que el norirlandés elogiara a su cualificado compañero por hacerle espabilar en el último Open Championship —“eres Rory McIlroy, ¿qué narices haces?”, le espetó (más o menos) el caddie a su jefe después de que este comenzara con cinco bogeys en los seis primeros hoyos en Royal Birkdale—, Rory McIlroy ha decidido prescindir de sus servicios. Además, lo hace justo cuando llega una quincena trascendental, con dos torneos, el Bridgestone Invitational y el PGA Championship, que podrían cambiar la extraña deriva de un 2017 marcado por las lesiones y el juego anodino.

Huelga decir que, salvo que te llames Robert Allenby y te dediques a sacar de quicio a tus compañeros de fatigas —que más de una vez le han dejado compuesto y sin caddie en pleno torneo—, quien rompe la cuerda suele ser el golfista, que busca con el cambio un nuevo comienzo y un empujón cuando cree que su carrera corre peligro de estancarse. Se dice que quien paga, manda, y como decía Ancelotti y tantos otros técnicos (aunque el paralelismo aquí no sea exacto) “es más fácil echar al entrenador que a toda la plantilla”… aunque los caddies desempeñen labores que corresponden a un auténtico ejército. Al fin y al cabo, y como escribí hace tiempo, un caddie es psicólogo, topógrafo, meteorólogo, físico, matemático, entrenador, guardaespaldas, protector, confidente, compañero, escudero, amigo, voz de la conciencia, paño de lágrimas, hombro dispuesto, cómplice, padre, hermano, amigo, punching bag y, por supuesto, buen jugador de golf. Para llevarlo con salud, caddies y jugadores deben aplicarse un trasunto de aquella empalagosa frase salida de la lacrimógena Love Story (en su doble vertiente literaria y filmográfica): jugar al golf significa no tener que decir nunca lo siento.

Rory McIlroy y J. P. Fitzgerald en el Arnold Palmer Invitational 2017. © Golffile | Fran Caffrey
Rory McIlroy y J. P. Fitzgerald en el Arnold Palmer Invitational 2017. © Golffile | Fran Caffrey

Siempre me he preguntado por los momentos previos a estos “ceses temporales de la convivencia” entre jugadores y caddies, y me gusta imaginármelos poblados de las típicas frases de repertorio de quinceañeros torpes (“necesitamos un tiempo”, “no eres tú, soy yo”, “te mereces a alguien mejor”), pero en los tiempos que corren, sembrados de análisis concienzudos, DAFOs y demás gaitas de tecnojerga moderna, la realidad será más prosaica y estará más alejada de los diálogos de telenovela. Después de nueve años de relación profesional, cuatro majors y muchos otros triunfos, la decisión de Rory McIlroy habrá sido meditada, y más cuando el norirlandés ha sido el principal valedor de su caddie en un buen número de ocasiones, como cuando el comentarista estadounidense Jay Townsend lo puso a los pies de los caballos al cuestionar su capacidad hace seis años, en el Open de Irlanda.

Rory McIIroy y su caddie, J.P.Fitzgearld celebrando la victoria en el Australian Open de 2013. © Golffile | Anthony Powter
Rory McIIroy y su caddie, J.P.Fitzgearld celebrando la victoria en el Australian Open de 2013. © Golffile | Anthony Powter

Parece que McIlroy mira a su alrededor y siente que le falta algo. Entre los diez mejores del ranking mundial abundan las relaciones consolidadas y fructíferas (Dustin Johnson con su hermano Austin, Henrik Stenson con Gareth Brynn Lord, Sergio García con Glenn Murray, Jon Rahm con Adam Hayes, Jason Day con Colin Swatton, Hideki Matsuyama con Daisuke Shindo), parejas equilibradas y, a priori, de largo recorrido. Todos los caddies mencionados —como la inmensa mayoría de los caddies modernos— van mucho más allá del “show up, keep up, shut up” (“aparece, no te quedes atrás y cierra el pico”), esa terna de mandamientos que los golfistas retrógrados exigían a sus ayudantes, y aportan estabilidad y conocimientos a sus jefes.

Pero por encima de estas potentísimas duplas, McIlroy ve el equipo que forman Jordan Spieth y Michael Greller, herederos al trono de pareja perfecta que acaban de dejar vacante Phil Mickelson y Jim “Bones” Mackay, reforzados después de su actuación en el pasado Open Championship. Pese a lo que diga el ranking mundial, para McIlroy la vara que mide la talla de un jugador es el número de “grandes” que tiene en su haber, y Jordan Spieth es el único que puede hacerle sombra en ese aspecto. El texano está a un solo major de lograr el Grand Slam y de empatarlo en el cómputo global y, en la actualidad, es el único que puede eclipsar el legado de McIlroy.

Jordan Spieth y su caddie Michael Greller. © Golffile | Eoin Clarke
Jordan Spieth y su caddie Michael Greller. © Golffile | Eoin Clarke

Los politólogos y los especialistas en geoestrategia recurren a menudo a la figura de la “trampa de Tucídides”, un término acuñado por Graham T. Allison y derivado de un texto del autor griego en el que describía el irremediable choque entre Atenas y Esparta. Según esta teoría, el enfrentamiento entre una potencia emergente (Jordan Spieth) y una potencia dominante (Rory McIlroy) es inevitable. Queda claro que McIlroy está reforzando su arsenal para plantar cara a esta supuesta amenaza, y que hace bien en considerar a Spieth su principal rival y tomar las medidas que considere necesarias para encauzar su carrera, pero que no pierda de vista al resto de las “potencias emergentes”… porque su dominio lleva tres años en entredicho. Los tres años que lleva sin ganar un major.