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Matrix

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El golf, sobre todo en el ámbito aficionado, es un deporte de realidades alternativas. Al contrario que Neo en la saga que da título a esta columna, muchos de sus practicantes elegimos la píldora azul para darle la espalda a la verdad y quedarnos con una versión idealizada de nuestras capacidades. Así, en nuestras mentes convertimos una secuencia deslavazada de movimientos más o menos espasmódicos en un swing que es el summum de la elegancia y la gracilidad. Como en aquella campaña antidrogas de hace unos años, nosotros pensamos que pasa una cosa, pero en realidad sucede otra muy distinta. Ahí están las cámaras y dispositivos móviles para desmitificar y convertir esos seres imaginarios de porte apolíneo en señores encogidos que se mueven más que los precios antes de atizarle a la bola.

Esta desconexión con la realidad también nos la llevamos al terreno de la percepción. Sobrevaloramos nuestro nivel de juego y nos exigimos por encima de nuestras posibilidades, como diría un político, convirtiéndonos en almas que penan y maldicen por el campo en lugar de disfrutar de la experiencia. De donde no hay, no se puede sacar, dice el refrán castellano, pero nosotros seguimos hurgando en el fondo de la bolsa sin dedicarle excesivo tiempo a la preparación, la mentalización o el entrenamiento. Del mismo modo, en ocasiones le damos vacaciones a la objetividad a la hora de evaluar nuestro ritmo de juego: los lentos siempre son los demás, pero nos las apañamos para superar las cuatro horas y media en cada vuelta de golf, más incluso si estamos en torneo. Aquí abro el abanico e incluyo a un buen número de profesionales que, como demostró J. B. Holmes en el Farmers Insurance Open hace escasas fechas, no se preocupan en exceso por insignificancias como el ritmo de juego y la paciencia de sus compañeros.

En esta época de noticias falsas y hechos alternativos, construcciones que saltan del escenario político a la cotidianidad, los prejuicios se refuerzan y el alejamiento de la verdad se acentúa. Cada vez hay más gente que se enroca en sistemas de creencias equivocados, por mucho que se muestren pruebas que los desmontan. Esta es la base de la disonancia cognitiva, un término acuñado por el psicólogo Leon Festinger y que explica la reacción de quienes se niegan a aceptar ideas que atentan contra su visión de la realidad, por contundentes que sean los datos que los confirman. Para reducir esa disonancia, los “afectados” manipulan los hechos y los adaptan a sus ideas preconcebidas, al tiempo que se adopta una posición defensiva dado que los “otros” pretenden poner en peligro su visión del mundo.

Esta actitud, esta disonancia, también afecta al golf en otros aspectos. Muchos tiran de estereotipo para afirmar que el golf sigue sin ser un deporte, por contundentes que sean los datos expuestos en el estudio Golf & Health de la universidad de St. Andrews. Del mismo modo, relegan el golf al estante de la exclusividad y el lujo, sin pararse a pensar que su práctica cada vez es más asequible y que el corte en sección de los practicantes del golf en nuestro país ofrece una variedad y una diversidad (demográfica, económica e ideológica) que no encontramos en otras disciplinas más aceptadas.

El desconocimiento se suma a los prejuicios y la ensalada resultante se aliña con las ideas preconcebidas. A modo de sal y pimienta, tampoco ayuda que el golf, de vez en cuando, se siga viendo asociado a corruptelas varias o a polémicas judiciales. No deja de ser más munición para quienes consideran que el golf es una amenaza para sus convicciones y pretenden anatematizarlo. Por desgracia, y como explicaba recientemente Michael Shermer en un artículo publicado en Scientific American y en El País, la labor “proselitista” se ve lastrada por el llamado efecto contraproducente, “por el que al tratar de corregir las percepciones equivocadas, estas se refuerzan en el grupo porque ponen en peligro su visión del mundo o de sí mismos”.

Por eso es tan complicado luchar contra los estereotipos arraigados. Aún harán falta años para que se produzca la tan anhelada normalización, aunque ya se haya avanzado notablemente por ese camino. El esfuerzo por lograrla debe estar encabezado por las federaciones, tanto la nacional como las autonómicas, pero, a pequeña escala, todos podemos ejercer de “Morfeos” que ofrecen píldoras rojas a quienes tienen a su alrededor para que vean la maravillosa realidad del golf.