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Brooks Koepka en el hoyo 6 de Erin Hills durante la ronda final del US Open. © Golffile | Ken Murray
Brooks Koepka en el hoyo 6 de Erin Hills durante la ronda final del US Open. © Golffile | Ken Murray

Estoy absolutamente en contra del tráfico de cualquier especie animal, pero les confieso que anoche, a las dos de la mañana, con el cerebro al ralentí y tomando sendas extrañas, me dio por pensar en la cotización del langur chato, un monete bastante feo, todo sea dicho. Y la culpa la tiene mi progenitora que, como todas las madres, contaba con un surtido arsenal de frases hechas e incontestables con las que atajaba cualquier amago de rebelión infantil. Ante el habitual “¡Me aburro!” replicaba con un non sequitur contundente: “¡Pues te compras un mono!”. Así que por eso estaba yo pensando en el langur chato ayer a las dos de la mañana, en pleno desenlace del U. S. Open.

Brian Harman durante la ronda final en Erin Hills. © Golffile | Ken Murray
Brian Harman durante la ronda final en Erin Hills. © Golffile | Ken Murray

La culpa no la tiene el ganador, ni mucho menos. Brooks Koepka dio una auténtica exhibición de golf en un día complicado, sacando el máximo partido a sus principales bazas (la distancia desde el tee y la seguridad con los hierros) y su 67 con viento tiene mucho mérito. No hay que cargar las tintas contra el plantel de “secundarios” que le disputó la victoria, aunque en ocasiones el marcador parecía más del Wichita Classic (que no existe, todo sea dicho) que del U. S. Open. Todos los que se asomaron a la zona alta son magníficos jugadores y estaban allí con todo merecimiento, pero si exceptuamos a Rickie Fowler y quizá a Justin Thomas (o a Hideki Matsuyama en su país) no son de los que ponen patas arriba un campo de golf. Fue un torneo democrático y antisistema, con un solo jugador del top ten mundial entre los diez mejores de la clasificación, pero es innegable que golfistas como Brian Harman (pese a su victoria reciente en el Wells Fargo Championship ante Dustin Johnson y Jon Rahm), Xander Schauffele y Trey Mullinax no son de los que llenan los campos por su desbordante personalidad. Y esa es otra: queremos que jueguen bien y que tengan carácter, pero si pensamos que se exceden no tardamos en crucificarlos. Hay una frase en inglés que resume bastante bien la situación: “Damned if you do, dammed if you don’t”, es decir, hagas lo que hagas, la fastidias (aunque la traducción con rima consonante queda mucho mejor).

Rickie Fowler el domingo en Erin Hills. © Golffile | Ken Murray
Rickie Fowler el domingo en Erin Hills. © Golffile | Ken Murray

Tampoco debemos ser especialmente duros con la USGA, aunque alguna de sus decisiones fuera discutible, como recortar el rough en algunos hoyos antes del inicio del torneo para evitar desastres y críticas. La solución la tenían muy a mano: dejar Erin Hills como estaba, con su festuca salvaje, y contratar a una buena cuadrilla de madres como oteadoras y localizadoras de bolas. Porque el “¡Como vaya yo y la encuentre” es otra de las máximas que ha regido mi vida… El caso es que Erin Hills es un campo de golf de calidad y, sobre todo, justo, aunque no haya cumplido nuestras expectativas. Con el paso del tiempo nos hemos forjado una idea muy clara de lo que nos vamos a encontrar en un U. S. Open: sufrimiento en lugar de apurillos, lucha titánica entre los mejores del mundo (aunque de cuando en cuando se cuele algún espontáneo como Michael Campbell, Lucas Glover o Webb Simpson), resultados rondando el par del campo… y en la edición de 2017 no hemos tenido nada de eso. Insisto: la culpa no la tienen los protagonistas de este año, sino, sobre todo, los jugadores de primera fila que no han estado a la altura del torneo. Pero en un deporte como el golf lo de asignar “culpabilidades” por falta de rendimiento es injusto y caprichoso, así que vamos a dejarlo aquí.

En cualquier caso, faltaron fuegos artificiales en el desenlace del torneo, y eso que Koepka igualó el récord de anotación en un U. S. Open con su -16 y seis golfistas alcanzaban el -10 o menos. Curiosamente, el campeón se refería al golf en su rueda de prensa posterior y a su carácter “poco vertiginoso”. Koepka tuvo que abandonar los deportes de acción después de sufrir un accidente de coche con solo diez años y ahí comenzó su idilio con el golf, aunque confesó que en caso de rebobinar su vida se centraría en el béisbol. “A decir verdad, no soy muy friki del golf. El golf es un tanto aburrido y no hay mucha acción”, declaraba el estadounidense. Pese a que no debemos restar un ápice de mérito al brillante triunfo de Koepka, su última frase refleja fielmente lo que ocurrió ayer.