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Raíces profundas

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Shane Lowry abraza a su mujer Wendy y a su hija Iris tras ganar el Open Championship 2019. © Golffile | David Lloyd
Shane Lowry abraza a su mujer Wendy y a su hija Iris tras ganar el Open Championship 2019. © Golffile | David Lloyd

En la radio Crowded House nos cantan que no soñemos que todo ha acabado, Reagan pide abstinencia a los jóvenes para que el sida no se propague y escuchamos que, en Oriente Medio, Irán e Iraq libran su séptimo año de guerra. En una maternidad de Mullingar, Irlanda, Bridget abraza a su hijo recién nacido y poco después se lo muestra a su marido, Brendan. Es el 2 de abril de 1987.

El niño tiene nueve años, se fija en unos chavales que se divierten en un modesto pitch and putt cerca de su casa y le pregunta a su padre si él podría jugar a lo mismo. A Brendan le entristece que su hijo relegue el fútbol gaélico, el deporte que él practica, pero no tarda en comprarle un hierro nueve y un putter.

El chaval crece. Sus tíos deciden que ya es hora de que se estrene en un campo de golf y aprovechan que su primo Conor está de visita para llevarlos a ambos a un recorrido de nueve hoyos. Su madre los prepara para la ocasión, los viste con sus mejores galas y les calza botas de fútbol. Sus tíos se ríen con la ocurrencia de Bridget antes de advertirles de su error. Los niños no entienden nada.

El campeón del Open es un hombre de gestas

Con quince años, al chico lo hacen socio de un campo cercano y empieza a dar clases los sábados por la mañana. La naturalidad preside su swing; la alegría, su comportamiento. Su padre empieza a jugar y su hermano Alan se une a ellos. La familia vuelve a reunirse en el campo de golf.

Un tal Rory no puede acudir a la convocatoria de la selección irlandesa. A nuestro chaval lo llaman a última hora, supera varias pruebas y termina siendo uno de los seis jugadores que conforman el equipo. Pese a todo, sigue siendo un desconocido que ha salido de la nada, aunque empieza a llamar la atención. “Rory va a ser tremendo”, les dice Pete Cowen, gurú del golf, a los responsables del equipo irlandés. “Pero hay otro muy bueno: el chaval bajito y gordito de las gafas”.

En 2007, el tal Rory, quien inadvertidamente le había abierto la puerta tiempo atrás, coincide con él en el equipo irlandés. Rory y el chaval juegan juntos en foursomes y son campeones de Europa por equipos.

Hace cinco años y un día que Lowry supo que un día ganaría el Open

Pasan dos años y el chaval ya no es tan chaval, ni bajito, ni usa gafas. Es el mejor amateur de la isla y tiene que hacer una llamada telefónica difícil. “Me han invitado a jugar el Open de Irlanda en Baltray y sé que coincide con el Brabazon Trophy. ¿Quieres que renuncie?”, pregunta. “Juégalo”, le responde su capitán.

El joven es incapaz de probar bocado en el desayuno. Va a pelear por el título del abierto de su país en el primer torneo que juega contra profesionales, en su estreno en el European Tour. No termina de asimilarlo. Su amigo Dave, un carpintero de su pueblo que le lleva la bolsa esta semana, le anima. Ya ha hecho mucho más de lo que se espera de él.

Es un putt de poco más de un metro con algo de caída de derecha a izquierda, el último obstáculo que ha de superar. El viento y la lluvia quedan atrás, también los apuros y las emociones. La expectación es máxima… igual que la decepción del público cuando la bola se escapa por el lado bajo. Las cámaras buscan el rizado rostro de un tal Rory, que espera a que su amigo acabe el torneo. El joven se inclina hacia delante, se echa las manos a la cabeza y se tapa la cara con la gorra. Tiene que jugar el desempate del Open de Irlanda contra Robert Rock.

Así vivimos en directo la última ronda del Open Championship

Hasta tres veces se repite el ritual en el hoyo 18, y en la última se produce la catarsis colectiva, el estallido de júbilo, la melé en el último green al son de los cánticos futboleros. “¡Olé, olé, olé, olé!”, clama el público. El joven ha elegido el mejor escenario para convertirse en hombre. Delante de su familia, delante de sus amigos, delante de su país.

Al nuevo héroe lo reclaman los medios. El Sunday Times lo entrevista con su padre y sus tíos, todos estrellas de fútbol gaélico en su momento, en una colina cercana al hoyo seis de Esker Hills, el campo donde se ha hecho como golfista. En la sesión fotográfica juegan con un balón, y al joven campeón se le cae. El esférico coge la pendiente de la colina, rueda unos sesenta metros, atraviesa un búnker, alcanza el green y termina chocando con la bandera y quedándose muerto al lado. No puede ser de otra manera.

Al año siguiente, el joven iguala el récord de Nick Faldo en Sunningdale y se clasifica para el Open de 2010 en St. Andrews. En 2012, se convierte en el segundo golfista que gana como amateur y profesional en el European Tour al imponerse en el Portugal Masters. Al chaval del condado de Offaly se le abren las puertas del mundo.

Las redes se llenan de felicitaciones a Lowry tras su victoria en el Open

Pasan los meses y el joven golfista sigue dando pasos en la dirección correcta. En 2014, roza el triunfo en el BMW PGA Championship y remata el Open Championship con un 65 que le permite conseguir su primer top ten en un grande. “Si algún día consigo darme una opción de pelear por ganar el Open, creo que seré capaz de hacerlo”, dice.

Es un golpe imposible. Fuera de posición, en el rough de la izquierda del hoyo 18 del Firestone Country Club, tapado por los árboles, el irlandés enhebra una obra de arte entre las ramas y remata el Bridgestone Invitational de 2015 con un gran birdie. Es su primer torneo de los World Golf Championships. Es el pasaporte a Estados Unidos.

No necesita cientos de invitados como testigos de su amor. Basta con que lo sepa una persona, Wendy Honner. La pareja renuncia al baño de multitudes y celebra una ceremonia discreta con sus familiares y amigos en Nueva York poco después del Masters de 2016. Una foto, un beso, no hace falta más.

La victoria de Lowry en el Open, en 30 postales para el recuerdo

Acostumbrado a los rigores meteorológicos de su país, al golfista no le impresionan las dificultades planteadas por los responsables de la USGA. Su 65 en Oakmont la tercera ronda del U. S. Open de 2016 suena a bofetada. En el tramo final de la última vuelta, su golf descarrila y el habitual optimismo se transforma en negrura.

Meses de nubarrones, de oscuridad, de desánimo. En el campo de golf, pocos rayos de sol. Fuera, la luz la trae su hija Iris. El nombre de la mensajera de los dioses parece muy apropiado para su heredera.

Carnoustie, 2018. El hombre deviene en niño y se echa a llorar desconsolado en el coche de cortesía después de la primera vuelta del Open Championship. La naturalidad, la felicidad, se le escapan. El peso de las expectativas, la responsabilidad ante los suyos, el esfuerzo sin frutos, el trajín de la vida trashumante… Todo ello conspira para hundirlo. Su familia sirve de ancla cuando decide romper con el caddie que llevaba acompañándolo desde nueve años atrás.

Mira al frente y encuentra unos ojos claros, sabios, familiares. No tiene un espejo delante, pero podría ser él mismo con unos cuantos años más. La barba blanca; el gesto, afable; las palabras, reconfortantes. Es “Bo” Martin, su nuevo caddie. Entre los alcornoques de Valderrama, con Martin en la bolsa, el hombre roza el triunfo. El tiempo durante el torneo es inclemente, impropio del sur de España, pero el hombre va acompañado de su propio rayo de sol.

Lowry, Rahm y las subidas en el ranking mundial, la FedEx y la Race to Dubai

El año empieza con más claridad. La luz de los Emiratos es literal y metafórica para nuestro hombre, y llega otra victoria casi cuatro años después de la última, esta vez en Abu Dhabi. Los demonios se baten en retirada.

Seis meses después, la casa club de Esker Hills, su club de toda la vida, revienta de alegría. La inconfundible bola adornada por un trébol verde del golfista encuentra el fondo del último hoyo de Royal Portrush. En el campo vuelven a escucharse los cánticos futboleros, el “¡olé, olé, olé, olé!” que también fue la banda sonora de su primer gran triunfo. El hombre abraza a su rival, a su caddie, a su familia, a sus amigos… Después, ya con la jarra de clarete en las manos, se le quiebra la voz un instante al mencionar a sus padres y necesita un par de segundos de respiro para dedicar el triunfo a todos los que le rodean, a todo un país. Pese al viento y a la lluvia, pese al cielo encapotado como diez años atrás en Baltray, no hay sombras ni grises. No puede haberlos cuando Wendy e Iris sonríen.

Así es Shane Lowry. Así es el Campeón Golfista del Año.

 

Shane Lowry, campeón del Open Championship 2019, con su familia. © Golffile | Fran Caffrey
Shane Lowry, campeón del Open Championship 2019, con su familia. © Golffile | Fran Caffrey

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