En la segunda jornada de este extraño y apasionante Masters (sí, apasionante, que no es poco; no habrá sido el más brillante ni reflejo de todas las excelencias del golf, pero sí apasionante) Zach Johnson se había dejado en el vertiginoso par 3 del hoyo 16 una franca opción de birdie. Estaba a menos de un metro de poner un estratosférico -4 en su casillero… E hizo bogey. Así se las gastan los infernales greenes de este maravilloso recorrido. A partir de ahí, cortocircuito: bogey en el 17, bogey en el 18… A ver cómo se digiere eso…
Y resulta que fue en ese mismo hoyo, el 16, donde ayer este sólido jugador norteamericano ganó medio Masters. Hizo un birdie para ponerse al par y decirle a todos los aspirantes: "a ver quién llega aquí". Dieciséis veces Zach.
Ojo al swing de este chico, recortado por arriba descaradamente, tal y como la mayoría de los profesores del mundo aconsejan a los principiantes: "preocúpate de girar, mira a la bola, y no me subas el palo hasta arriba, ya habrá tiempo…" Hay quien piensa que este estilo de swing es el que se impondrá en el futuro por la capacidad atlética de las nuevas hornadas de profesionales: se gana en precisión puesto que hay menos margen de error al ser el swing más corto y la potencia ya viene 'puesta' en los antebrazos de los angelitos. Veremos.
Ahora comienza una nueva vida para este jugador, que hasta la fecha sólo había ganado un torneo del PGA Tour. La de Tiger, sin embargo, poco va a cambiar: fue fiel a sí mismo en su lucha denodada por el decimotercer grande, dejando imágenes y recuerdos para la posteridad, ¿o es que él no sabía que la única manera de conseguir el par en el 11 era romper un palo contra ese inoportuno árbol que se había interpuesto entre él y la gloria? ¿No había calculado acaso que necesitaba el eagle en el 13 para provocar problemas intestinales en Johnson y compañía? Tiger no ha ofrecido su mejor versión en este Masters, y a pesar de ello todavía andaba el domingo en el hoyo 16 con opciones. Es humano, y eso es siempre una buena noticia.
