Pablo Larrazábal lleva desde el lunes jugando el Blue Monster. Nueve hoyos cada día, todo bien aderezado con largas sesiones de trabajo en el campo de prácticas y el putting green.
Está fino: ha cambiado algunas cosas de su juego, inmerso en la búsqueda de un swing más consistente. Y ha perdido peso. Se lo está tomando con una seriedad y responsabilidad notables. No tiene intención de bajarse ahora del tren…
Después de jugar el año pasado el British, el PGA y el WGC Bridgestone, gracias a su inolvidable triunfo en el Open de Francia, comienza a sentirse a gusto entre los monstruos del golf mundial. "La verdad es que está bien cruzarte con Adam Scott y saludarse, o estar charlando un rato con Ernie Els", nos cuenta. El comentario no es superficial ni es la respuesta de un cualquiera deslumbrado por el fulgor de las estrellas. La cuestión tiene chicha: "esta situación lo que hace es quitarte los nervios, rendir mejor porque trabajas a gusto, porque te sientes bien. Me hace ver que, aunque no soy como ellos, sí puedo estar ahí".
Es la primera vez que coincide en un torneo con Tiger Woods. Todavía no se ha cruzado con él… ¿Se imaginan que el destino y los resultados los juntara el sábado en el mismo partido? Se lo planteamos y sonríe: "si se diera algo así creo que ya no podría pedir más".
