Justin Rose tomó hace unas semanas una decisión arriesgada, valiente y sobre todo muy digna. Decidió cruzarse el mundo, defender su título en el Indonesian Masters y jugarse el Número 1 del mundo en el campo de golf. Si se hubiera quedado en el sofá de su casa habría asegurado acabar el año al frente del golf mundial al dividir sus puntos entre un torneo menos. Pero entendía que tenía un compromiso con el evento que había ganado el año anterior y allá que fue.
Deportivamente, la decisión le ha salido mal. Necesitaba acabar duodécimo o mejor en Jakarta para acabar el año en el primer puesto, pero un mal domingo, con 75 golpes, muy lastrado por un doloroso triple bogey en el hoyo 12, lo relegó a la decimoséptima posición. Se esfumó el objetivo. No despedirá 2018 como Número 1, pero desde luego ha dejado una lección mucho más valiosa. De las que tienen poso.
Lo cierto es que siempre dijo que el Número 1 había que ganarlo jugando, en el campo, y lo ha cumplido. Hay que recordar que la primera vez que se subió al primer cajón de la clasificación fue sin jugar, por los ajustes del ránking mundial y siempre declaró que quería conseguirlo en el campo, algo que logró tras vencer en el Turkish Airlines Open.
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Así las cosas, Brooks Koepka retiene este lunes el Número 1 del mundo por apenas 36 décimas de diferencia con Rose y acabará el año arriba del todo. Tampoco parece muy injusto si tenemos en cuenta que ha sido el Mejor Jugador del Año en el PGA Tour y el único que ha ganado dos Grandes.
Aunque no acabe como Número 1, Rose despide una temporada extraordinaria, con dos victorias, tres segundos puestos, tres terceros, quince top ten y un solo corte fallado en 23 torneos. Espectacular. Desde mayo sólo ha acabado una vez fuera del top 20, fue en el Northern Trust Open, donde falló el corte. Además, ha ganado la FedEx Cup. Grande y digno.
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