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El chaquetero | La contracrónica

Se habían citado los dos para irse de fiesta, a conocerse un poco más…

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Esta es la primera semana que no hay ningún español en el top ten mundial desde la victoria de Sergio García en Augusta. © Golffile
Esta es la primera semana que no hay ningún español en el top ten mundial desde la victoria de Sergio García en Augusta. © Golffile

Sergio García ha dejado de ser oficialmente el mejor jugador del mundo sin un ‘major’. Este título con toda la retranca queda ya para otros. El suspiro de alivio del jugador aún restalla en el anochecer templado de Georgia y, para qué engañarse, también el de la legión de seguidores que siempre lo defendió, llegaran o no los grandes, enganchados a la regularidad de su genio y asumiendo que era él quien portaba el estandarte de mejor jugador español casi desde el mismo momento de su irrupción.

El jugador de Borriol, además, ha cerrado un círculo estremecedor, ganando su primer Grande, el Masters de Augusta, justo el día que Severiano Ballesteros hubiera cumplido sesenta años. Y dieciocho después de que lo hiciera por última vez José María Olazábal. En la misma plaza, el legendario coloso de Augusta. El golf español redondea su particular cantar de gesta, épica a flor de piel.

Sergio, es verdad, entra en otra dimensión. Y no solo por haber roto el mal fario, aquel que bien pudiera haber liquidado en Medinah, allá por el año 1999, el de su debut como profesional, o en Carnoustie (2007), o en el PGA de 2008 en Oakland Hills, sino también por la manera de obtener el éxito, mostrando en todo su apogeo la excelencia de su juego y la determinación de los grandes campeones.

Sergio, que en sus primeros años siempre anduvo sobrado de talento y energía positiva, necesitaba ahora dar una vuelta de tuerca a sus prestaciones como deportista de élite para alcanzar cotas de esta altura, las últimas que le quedaban por conquistar.

Y la diferencia había que marcarla desde el tee y el fairway, por supuesto, pero también desde la sala de máquinas de una cabeza dispuesta a aceptar los errores sin pestañear y a disfrutar del proceso. Una cabeza que forjara una voluntad de granito capaz de levantarlo en los momentos más delicados. Por cierto, la misma que enseña cada dos años en la Ryder Cup, SU COMPETICIÓN, con mayúsculas, en la que probablemente destrozará todos los récords. El imponente pulso ante Justin Rose, su apabullante puesta en escena, esa manera de tragar saliva despacio cuando la cuesta se empinó, el desaforado y sostenido ataque final y, al fin, la resolución inmaculada del duelo en el desempate, no dejan resquicio a la duda: Sergio es hoy más y mejor sencillamente porque gobierna con mano más firme el torrente de las emociones. 

El español, virtuoso como pocos, un jugón en toda regla, ha completado un triple mortal con tirabuzón, ganando su primer Grande precisamente allá donde pareció que nunca podría conseguirlo. Porque su relación profesional, digámoslo así, con el Augusta National, pasó por momentos algo más que tirantes. No se gustaban. No se entendían. El mítico recorrido de Alistair MacKenzie y Bobby Jones no admite un tratamiento que no sea de pleitesía y, sin embargo, el jugador no estaba por la labor de postrarse ante un campo que no consideraba justo, que lo martirizaba.

Nunca escucharemos decir a Sergio que el Augusta National es el Edén del golf. Pero de un tiempo a esta parte las negociaciones para firmar la pipa de la paz andaban mejor que bien encaminadas. Respeto y diálogo. Ponte tu en mi piel y ya me pongo yo en la tuya. Esas cosas. Este domingo, incluso, hasta se habían citado para irse los dos de fiesta. A conocerse un poco más. Iban los dos vestidos muy elegantes, con un blazer verde…