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Fantasmas del pasado

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Rory McIlroy.
Rory McIlroy.

Aunque no me encuentre entre los espectadores habituales de Cuarto Milenio e Íker Jiménez no sea una de mis referencias informativas, tengo bastante claro que Augusta National tiene una colonia espiritual bastante nutrida. Y no me refiero al fantasma de Clifford Roberts, factótum del campo que se suicidó en la orilla del Ike’s Pond en septiembre de 1977, ni al de Allen Caldwell III, empresario y «conseguidor» de entradas y pases para el Masters que también acabó con su vida veinte años después al no poder responder a los compromisos que había contraído con sus adinerados clientes. Mi afirmación es puramente alegórica.

Vista del segundo tiro en el hoyo 11 del Augusta National. © The Masters
Vista del segundo tiro en el hoyo 11 del Augusta National. © The Masters

Cada rincón de Augusta está poblado por el espíritu de golpes decisivos fallados, de esperanzas frustradas, de instantes que destrozaron vueltas, de naufragios metafóricos o literales en los distintos obstáculos de agua del campo. A todos ellos se les añaden los del bagaje que cada jugador lleve a sus espaldas, la suma de experiencias que ha vivido en el campo de Georgia… y, dada su exigencia habitual, apostamos a que la inmensa mayoría acumula más recuerdos funestos que positivos. Para los aspirantes al título de este Masters de 2018, es probable que las horas previas a la jornada decisiva se hayan convertido en un trasunto de Cuento de Navidad (o de Los fantasmas atacan al jefe, o de Qué bello es vivir, según sean sus preferencias cinematográficas). Todos ellos habrán recibido la visita de los fantasmas de los Masters pasados, que les habrán recordado qué fue mal las veces anteriores que cruzaron las puertas de Augusta y tuvieron que enfrentarse al diseño de Alister Mackenzie. Todos ellos habrán repasado sus errores, buscando la clave que les permita afrontar con garantías la última vuelta.

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A Seve Ballesteros, el fantasma de los Masters pasados le llegó encarnado en la mortal figura de Tony Jacklin unos meses después de haber obtenido su primer título del Open Championship en Royal Lytham. Como cuenta Lauren St. John en su biografía de Seve, el inglés y él fueron juntos a que les repararan unos palos y Jacklin le espetó lo siguiente: «Seve, nunca serás todo lo bueno que quieres ser hasta que aprendas a no ir a por todas en todo momento. Tienes que aprender a controlar la bola y a controlarte a ti mismo. No sirve de nada proyectar tu furia en la bola, porque no vas a ganar todos los torneos desde el aparcamiento, como en Lytham». Aquel consejo de Jacklin sería imprescindible para el cántabro, que unos meses más tarde se hacía con su primera chaqueta verde.

Entre los favoritos de este año, Patrick Reed demuestra una confianza a prueba de bombas y librará un espectacular duelo singular a cara de perro en el partido estelar con Rory McIlroy, un rival a quien ya derrotó en la Ryder de Hazeltine. En el «debe», su falta de pedigrí en las citas más importantes y un posible ataque del llamado «síndrome del impostor», aunque carácter le sobre. Pese a su título en el Cadillac Championship de 2014, su único top ten en un major es la segunda plaza que logró el año pasado en el PGA Championship. A Reed, además, el panorama paranormal no le es ajeno, ya que se le ha acusado de fantasma en más de una ocasión por sus declaraciones o gestos, como cuando se autoproclamó uno de los cinco mejores del mundo después de convertirse en el ganador más joven de un WGC en 2014 en Doral, o cuando mandó callar al público en la Ryder de Gleneagles de aquel año, en el primer tramo de su partido de individuales contra Henrik Stenson. Está claro que a Reed le va la marcha y la aguanta (demostró capacidad de encaje y sentido del humor al prestarse a fotografiarse con la plana mayor del golf europeo replicando su gesto), pero Augusta puede ser una dominatrix inmisericorde.

Por detrás, hasta que no se enfunde la chaqueta verde Rory McIlroy tendrá que seguir respondiendo preguntas sobre su colapso de la última vuelta del Masters de 2011, cuando decidió seguir los pasos de los exploradores más intrépidos y descubrir rincones del campo que la televisión jamás había visitado. Por su parte, Rickie Fowler quiere quitarse el sambenito del «casi» y sumar un título a los ocho top ten que hasta ahora ha firmado en los majors, aunque su dilución en la jornada decisiva del año pasado seguirá pesando.

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Jon Rahm, sin embargo, es quien acumula menos lastre en el morral mental. Su corta pero intensa carrera le impide contar con la experiencia de sus rivales, pero también le ha expuesto a menos cornadas en las citas más importantes. En esta edición está demostrando decisión, precisión y paciencia, tres de las mejores armas para enfrentarse a Augusta National con la vista puesta en la chaqueta verde. La visita de los fantasmas del pasado habrá sido breve, sin duda.

Seve Ballesteros © Augusta National
Seve Ballesteros, en el Masters de 1980 © Augusta National

Les cuento una breve anécdota para cerrar nuestro «círculo espiritual». En 1980, Seve Ballesteros jugó una vuelta de prácticas en Augusta con Lee Trevino y Graham Marsh, y no tardó en formarse un pequeño corro de aficionados que decidió seguir al astro español. El cántabro deslumbró a todos con su pericia sobre los greens, y alguien le preguntó cuánto tiempo llevaba allí, intuyendo que debía de haber pasado unas cuantas semanas entrenando en el recorrido de Georgia para patear así. «Un año», respondió Ballesteros de manera críptica. El as de Pedreña llevaba allí, en espíritu, desde la cita de 1979. Conociendo a Jon Rahm, no me extrañaría que hubiera respondido a esa pregunta de manera similar.