Tiger Woods ha sido, es y será hasta el día que se retire un animal competitivo. No hay torneo en el que no salga a ganar. Ni siquiera el hecho de contar en su palmarés con 14 majors y 80 triunfos en el PGA Tour frena sus ganas de seguir levantando trofeos. Pero sólo dos veces en su extensa carrera deportiva sintió la imperiosa necesidad de hacerlo, esa presión añadida a su ya de por sí ambiciosa actitud.
Ambas fueron en el Augusta National Golf Club, donde esta semana disputará el 22º Masters de su vida. «Recuerdo esas dos veces, necesitaba absolutamente ganar», repasa Woods en la conferencia de prensa del primer Grande de la temporada. Dos recuerdos que el golfista californiano sitúa en el tiempo con todo lujo de detalles.
El color con que se mira el Masters
«El primero fue por no querer arruinar la ventaja que tenía en el Masters de 1997, después de lo que había sucedido el año anterior», explica Tiger. En el Masters de 1996, Greg Norman comenzó la última ronda con seis golpes de ventaja y terminó perdiendo la opción de enfundarse la Chaqueta Verde ante Nick Faldo por cinco golpes. Una debacle en toda regla. «No quería perder una ventaja de nueve golpes, y al final pude ganar», añade Woods.
La segunda vez que el Tigre sintió que necesitaba ganar como fuera fue también en el Masters, en la edición del 2001. Woods llegaba a Augusta después de ganar de manera consecutiva el US Open, el The Open Championship y el PGA Championship. En su mano, después de contar ya en su palmarés con el Grand Slam, estaba hacerlo más extraordinario todavía ganando los cuatro Grandes uno tras otro.
Así reaccionó Rahm al saber que jugará con Tiger en el Masters
Por supuesto, lo logró, derrotando a David Duval con dos golpes de ventaja para ganar su segunda Chaqueta Verde: «Eran nueve meses haciéndome la misma pregunta, y sí, sentí que necesitaba ganar para obtener los cuatro Grandes de esa manera». ¿Sentirá de nuevo Tiger la necesidad imperiosa de ganar esta semana por alguna razón?
