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Una jornada grabada a hierro y fuego

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13,20 horas. Rafael Cabrera Bello se prepara para dar su primer disparo en un US Open, después de haber pegado unas bolitas a unos ocho metros de Tiger. Aunque sea en ronda de prácticas, un primer tiro en un ‘major’ es un primer tiro. No lo olvidará fácilmente. Porque el caso es que el ambiente en el tee del hoyo 10 es similar al de los últimos partidos de domingo en cualquier torneo del circuito europeo…Rafa no da crédito, aunque guarda la compostura.

«Hacía mucho tiempo que no me veía tan nervioso», explicaba. Lógico: salvo que tengas la experiencia tallada en bajorrelieve en el parietal (y ni aún así…) nadie está preparado para dar su primer golpe en jornada de práctica ante cientos de espectadores.

Después, a Cabrera se le ha visto disfrutar a cada paso en Pebble Beach, en cada tiro. «No hay un hoyo que no sea mágico», decía. Atrás quedaba su ingrata peregrinación a California. Porque la historia del viaje del canario es algo así como un monumento a la Ley de Murphy. En Madrid le echaron atrás el pasaporte porque se había despegado la página donde va la foto. Después de sacarse uno nuevo en tiempo récord en el propio aeropuerto, le obligaron a solicitar de nuevo la admisión E.S.T.A., indispensable para cualquier viaje a Estados Unidos… Drama: terminaba perdiendo el avión, puesto que el programa informático no reconocía su flamante pasaporte.

Y más. A su llegada a Filadelfia, escala en el camino, la policía de aduana le metió en un despacho porque algo no andaba bien… La maldita ESTA seguía dando problemas. Tuvo que explicar que venía a jugar el US Open, ni más ni menos. Resuelto el entuerto todavía le perdieron los palos de golf a su llegada a San Francisco. Magnífico. Menos mal que llegaron en menos de 24 horas.

En el hoyo 11, su segundo del día, coge calle. «Espero que no sea la última de la semana». Se divierte. Bromea. Se va soltando. Y no, no será la última de la semana, a juzgar por el rendimiento de su driver, que hoy ha echado chispas por momentos. ¿Ganar? ¿Perder? «Aquí se trata de pasar el corte como sea, pero no por nada, sino sólo para jugar este campo cuatro días». Explica.

Los greenes nos tienen a todos hipnotizados. Sobre todo, claro, a quienes no los habíamos visto de cerca. Rápidos, diabólicos en su lectura, preciosas miniaturas que retuercen al máximo el paño de la estrategia. «A ver si nos dejamos alguna opción de birdie de menos de seis metros…» le dice a Pablo Martín, compañero de partido. El caso es que pasan los hoyos, y alguna que otra bola va quedando más cerca. A Cabrera se le ve fino con el putter, pero lo cierto es que cualquiera de los presentes se echa a temblar en cuanto que se deja un putt para par de más de medio metro. Las alusiones a la play station son frecuentes. Como remate a la cuestión, Cabrera manda una bola al Pacífico desde el tee del 18: «esto me pasa por querer jugar el mismo tiro que en la play». Pues eso.