Inicio Noticias La Cantera Miguel Durán, en un campo del Algarve…

Miguel Durán, en un campo del Algarve…

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NOMBRE: Miguel Durán

EDAD: 49 años

NOMBRE DEL CAMPO: Hace tanto tiempo…

Fecha: Verano de 2001 

AÑOS JUGANDO AL GOLF: 31

HANDICAP: 20 (en mis buenos tiempos…)

 

El caso es que me encontraba pasando unos días de vacaciones en el Algarve junto con mi novia de entonces, a la que no le importaba nada que me fuera a jugar unos hoyitos mientras se quedaba leyendo en la piscina (tampoco entraremos en por qué dejé escapar una novia que me dejaba hacer estas cosas, lo cual, visto desde la perspectiva de cualquier golfista, es peor que un fuera de límites en un hoyo de desempate). 

Iba jugando, por tanto, solo y, dado el deplorable nivel de mi juego, bastante contento de estarlo… hasta que sucedió lo impensable.  Se trataba de un recorrido de par 3 y, lo diré sin más rodeos, en uno de ellos hice hoyo en 1.  El golpe en cuestión fue de los menos repugnantes del día: es decir, le di a la bola de golf en lugar de al aire o a la del mundo.  La bola se elevó dubitativa, como sorprendida de encontrarse finalmente volando y, sin duda agradecida por no golpearse la crisma repetidamente contra cualquier piedra o árbol a la vista, tal como había venido siendo la tónica del día, decidió dejarse caer en el green y rodar mansamente hasta el agujero.

  

Inmediatamente se fueron apoderando de mi distintas sensaciones: incredulidad inicial, júbilo, estupor, más júbilo, hasta que de repente un horrible pensamiento fue tomando forma por encima de los demás: estaba jugando solo, y no había absolutamente nadie delante ni detrás mía, ni en las calles vecinas, que hubiera presenciado la hazaña.  Haga usted un hoyo en 1 para esto; el único aspecto positivo del día, capaz por si solo de borrar cientos de swings de juzgado de guardia, había caído en el saco roto de la falta de testigos.

 

Pero es lo que tiene este deporte: siempre te da algo a lo que agarrarte para no tirar la bolsa al vertedero.  Unas veces es un esporádico y certero putt lejano, otras un drive recto y medianamente largo (entre decenas de golpes deleznables cuyo recuerdo nuestra mente convenientemente bloquea), a lo que nos agarramos y lo que nos basta para seguir soñando que un día, sí, todos los golpes serán de cine.  En este caso, cuando me dirigía cabizbajo al green, fue la voz improbablemente dulce de un jardinero portugués que salía de detrás de unos arbustos: ¡lo he visto! ¡lo he visto!

 

La vida era bella otra vez y yo tenía una base sólida para cimentar la justificación de algunos miles más de golpes grotescos.