Somos golfistas, viajamos cada semana, pasamos casi la mitad de nuestras vidas entre aviones y aeropuertos y estamos acostumbrados a que nos pase de todo. Podemos perder un vuelo, se puede cancelar por mal tiempo, se retrasa y hasta te pierden las maletas. Es casi una cuestión del día a día. Fastidia, por supuesto, pero lo asumes casi como parte de tu trabajo. A lo que nunca llegaré a acostumbrarme es a la falta de respeto al cliente. A que traten al viajero como ganado. Os cuento lo que nos ha pasado este domingo en el regreso de China a Málaga.
Hemos salido del hotel a las ocho y media de la mañana de ayer sábado, hora peninsular española. Fallé el corte en el Volvo China Open, así que decidí adelantar el vuelo para estar más tiempo en casa con mi novia. Es un vuelo largo, muy largo, pero jamás pensé que se convertiría en una odisea. La travesía marcada era Pekín-Hong Kong; Hong Kong-Londres y Londres-Málaga. La operadora era British Airways.
El vuelo ha sido normal hasta el último trayecto. Cuando quedaba media hora para llegar a Málaga nos han desviado. Yo no me he dado ni cuenta. Estaba viendo una película y, de repente, nos han dicho que íbamos a aterrizar, he mirado por la ventanilla y he dicho: “uy, esto no me suena a Málaga para nada”. Qué pasa aquí.
Me fijo algo más y rápidamente me doy cuenta de que es Barcelona. Hablo con una azafata y me cuenta que vamos a hacer un aterrizaje de emergencia porque algo no marcha bien en el avión. Parece que hay un olor y un humo algo extraños. La noticia no es agradable, obviamente, pero la seguridad es lo primero y se entiende.
El problema llega después de aterrizar… Eso sí, sanos y salvos. Nos recoge una lanzadera y nos lleva a la terminal. Entramos en el aeropuerto y nadie, absolutamente nadie nos recibe ni nos da una explicación. Confusión total. No sabemos qué hacer. ¿Hay que esperar? ¿Salimos del aeropuerto? ¿Nos meten en otro avión? ¿Revisan éste y volvemos a salir? Nada. Cero explicaciones. Increíble. Lamentable.
Medio pasaje pasa el control de pasaportes y sale de la terminal. Mientras, yo pregunto a un policía y me dice que estamos en tránsito, que no podemos salir, que nos quedemos en la terminal. Buscamos a personal de British Airways, pero no encontramos a nadie. Y a quien vemos, no sabe nada. A la hora de estar esperando aparece un chico muy amable con unos tickets de comida y bebida. Eso sí, antes de darlos nos deja muy claro que él no sabe nada del vuelo, que sólo reparte tickets.
Pasan dos horas más y no tenemos noticias. Nos llevan como ganado de un sitio a otro del aeropuerto, de una puerta a otra, pero sin decirnos qué va a pasar. Mientras tanto, aprovecho el tiempo muerto para dar rienda suelta a mi indignación por las redes sociales. Qué menos, ¿no creen? Pues bien, no sé por qué extraño motivo cada tuit que escribo denunciando el trato que estamos recibiendo por parte de British Airways desaparece a los pocos segundos. Será cuestión de magia o de unos duendes informáticos, qué sé yo, pero raro, raro, raro. Al final, consigo que algunos se queden porque los retuiteo. Parece que ahí está la clave. En fin…
Más de tres horas después de estar tirados en el aeropuerto de Barcelona nos dicen que nuestro vuelo se ha cancelado definitivamente y que van a intentar colocarnos en otros dos vuelos que hay de Barcelona a Málaga a las siete y a las nueve. Entre los dos aviones hay cuatro plazas libres. De risa. Para llorar.
Por suerte, viendo el panorama, al poco de realizar el aterrizaje de emergencia, reservé por mi cuenta un billete en el vuelo de las siete de la tarde, así que mientras ustedes lean esto espero estar rumbo a Málaga. Por cierto, el marrón final se lo ha comido Iberia, cuyo personal se ha mostrado mucho más amable y comprensivo que el de British Airways.
Si no me fallan los cálculos llegaré a casa cerca de las diez de la noche. Es decir, serán casi 40 horas de viaje entre Pekín y Málaga. Una odisea que aún se hizo más dura por la falta de respeto que recibimos. Bien por el capitán del avión que hizo el aterrizaje de emergencia porque la seguridad es lo primero, pero muy mal después por la atención que nos dieron. Una más que añadir al libro de anécdotas del jugador de golf cuando está fuera del campo. Y ahora toca reclamar…