Jon Rahm es mucho más que una buena nueva. La carrera amateur del joven vasco toca a su fin y, para qué nos vamos a engañar, todos nos preguntamos con excitante interés hasta dónde será capaz de llegar, comenzando por el próximo US Open, su último torneo como aficionado.
Él mismo se ha encargado de poner muy alto el listón, porque sus objetivos son inmensos, bestiales. Excesivos, incluso. «Cuánto más alto me ponga el objetivo, más alto llegaré», suele decir. Y esta es la clave, pues es exactamente de este modo como lo entiende y es así como lo ha matizado siempre que ha dicho que aspira a ganar 19 grandes.
Ocurre, además, que bastan un par de contactos directos con él para darse cuenta de que no hay arrogancia en su hacer y decir. Sencillamente, no le van los rodeos. Es bravo y noble, directo y rotundo. Y, por fortuna, pertenece a la estirpe de deportistas que de sus sueños hacen objetivos. En todo caso, y a pesar de su rutilante carrera amateur, sigo pensando que el hecho de pasar el corte dentro de dos semanas en Oakmont sería todo un éxito.
