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Aquellos siete segundos

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Siete segundos son los que emplearon Jon Rahm y Scottie Scheffler en despedirse sobre el green del 18 del Marco Simone, una vez cerraron su partido con empate, el primero de la sesión de individuales de la última Ryder.

Siete segundos de rendida admiración mutua.

Jon, que había comenzado mandando con un birdie en el hoyo 1, perdía luego la iniciativa, se ponía por debajo y más tarde empataba el duelo de nuevo en el hoyo 12, con birdie, por supuesto.

Y en el 13, par 3, se dejaba dado un nuevo birdie. Uno arriba.

En el 14, sin embargo, era Scottie quien se dejaba hecho el birdie desde 150 metros. Y en el 15 el estadounidense enchufaba un putt de seis o siete metros y volvía a darle la vuelta al partido.

En el 16, aquel par 4 corto que ha quedado incorporado para siempre a nuestras vidas, ambos sacaban el birdie. En el 17, sendos pares, y en el 18 aquel birdie de Jon para empatar el partido después de una última hora y media de juego miocárdica…

Siete segundos formidables, que aún erizan el vello, porque en aquel momento simbolizaban, plasmaban, la más bella pugna por la supremacía del golf mundial que se hubiera visto en mucho tiempo, con el permiso del sempiterno McIlroy. Puede que Scheffler no sea un Número Uno ruidoso, influencer, pero todos saben, Jon el primero, que no hay un hueso más duro, no existe hoy un rival más fiero y recalcitrante en su divina consistencia.

Han transcurrido sólo 83 días, pero desde hace algo más de dos semanas, el tiempo que ha pasado desde que Jon anunció su marcha a LIV, podemos estar bien seguros de que nada volverá a ser lo mismo.

¿Tampoco si el dichoso acuerdo se firma de una puñetera vez? Pues tampoco, señores, tampoco. Porque ninguna fórmula aseguraría que Jon y Scottie volvieran a verse las caras a lo largo y ancho de las 34 semanas en las que han coincidido compitiendo en 2022 y 2023, los dos años en los que se ha fraguado su titánica rivalidad, al pie mismo del trono mundial.

Ninguna fórmula, salvo que Scheffler firmara por LIV… Y ni por esas. No se verían en el mismo contexto. Lo harían en un escenario más relajado, menos exigente. Y mucho más aburrido.

En el peor de los casos, que LIV y PGA Tour siga cada cual su camino, volverían a verse las caras en los Grandes. Y quizá en una Ryder, de nuevo. Todo un sablazo al aficionado: vendrán más Abergs, evolucionarán más Hovlands hacia la excelencia, la poderosísima maquinaria de las barras y estrellas seguirá facturando killers de toda talla, clase y condición, pero demasiado pronto se nos ha quedado a medias, muy limitada, esta rivalidad inmensa, de leyenda, este duelo épico.

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