Como norma general suele ocurrir que los mejores jugadores no andan dándole demasiadas vueltas a la cuestión del material, más allá de algunos retoques puntuales y los cambios obligados por desgaste. Además, en ellos tampoco suelen ser habituales o crónicas las modificaciones en el equipo de trabajo (caddie, entrenador…), más allá de algunas incorporaciones puntuales (un entrenador específico de putt, por ejemplo). Dicho de otro modo: el gran jugador suele ser consciente de que, en época de vacas flacas, el problema está en el indio, en él, y no en el arco o las flechas.
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Después, por supuesto, existen excepciones. Pero si repasamos a los mejores, la norma general suele ser la que se ha descrito.
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Al respecto, se podría argumentar: si son los mejores jugadores es porque normalmente las cosas les van medianamente bien y, siendo así, ¿para qué realizar cambios? La realidad, sin embargo, dicta que incluso los mejores pasan por etapas más inciertas y, además, el hecho de que les vaya medianamente bien tiene que ver también con la estabilidad y la confianza en una línea de trabajo y actuación.
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En este sentido, el del equipo de trabajo, es de justicia destacar la impecable labor de Adam Hayes, caddie de Jon Rahm, que justo este mes cumple tres años a los mandos de la bolsa, la casi totalidad de la andadura profesional del joven vasco. Su trabajo de campo, por ejemplo, en aquellos recorridos que el jugador español no tiene todavía bien trillados, es fabuloso. Volvió a ocurrir la pasada semana en el Club de Campo. Tiene que ver con su ojo clínico y el conocimiento que tiene de su jugador, obviamente, pero también en la confianza que Jon deposita en él.