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El gran arreglo final, que antes o después llegará

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Rory McIlroy posa con el trofeo de ganador del Tour Championship 2019. © Golffile | Ken Murray
Rory McIlroy, ganador del Tour Championship 2019. © Golffile | Ken Murray

Puestos a elegir un final de temporada, parece mucho más redondo y pulido el del PGA Tour. Sus buenos años de ensayo y error les ha costado dar con la actual fórmula, según la cual el ganador del Tour Championship, última cita del calendario estadounidense, resulta también el ganador de la FedEx Cup. Todavía habrá que hacerse el ojo a aquello de ver salir el jueves a los jugadores en East Lake con un resultado por debajo del par asignado de entrada que reconoce sus méritos durante la temporada, pero el método resultó interesante, cuanto menos. Mantuvo la incertidumbre, sal del deporte, casi hasta el último suspiro.

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En el circuito europeo nos encontramos esta semana ante una tesitura muy particular: si a Bernd Wiesberger se le ocurre ganar el Nedbank, habrá ganado asimismo la Race to Dubai antes de disputarse la Final, salvo que a su vez Matthew Fitzpatrick finalizara segundo en Sudáfrica. No puede decirse que sea probable que el austriaco gane esta semana, pero desde luego es posible. Es cierto que la regularidad durante todo un año merece ser premiada y destacada, pero no lo es menos que la actual fórmula americana, sin ser puramente justa, sí ensambla con cierta finura (y con mucha audacia) el sentido del espectáculo y el de justicia deportiva.

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¿Qué podría hacer el European Tour para mejorar las prestaciones de su final de temporada? Para empezar, copiar el modelo del otro lado del Atlántico, lisa y llanamente, con los propias particularidades o matices que se estimaran oportunos.

Vayamos en todo caso al fondo de la cuestión. El principal problema del circuito europeo, la circunstancia que de verdad desluce su final de temporada, no nos engañemos, no es tanto su sistema como la ausencia de muchas de las grandes estrellas en la recta final de la temporada. En Turquía faltaron ocho de los veinte primeros de la Race, circunstancia que prácticamente se repite en Sudáfrica, un torneo donde, no lo olvidemos, el ganador se embolsará la nada despreciable cifra de dos millones y medio de dólares.

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Por desgracia, la diferencia entre ambos circuitos es estructural, de cimientos. Muy poco habría variado la situación si en Turquía y Sudáfrica, en lugar de un cheque de dos millones y de dos millones y medio, el ganador recibiera uno de cuatro… La cuestión tiene más que ver con el reparto de premios, consistente y millonario, que semana a semana se distribuye en el PGA Tour. Y con el fondo de pensiones perfectamente organizado y calibrado que tienen allí los miembros. Por último y como consecuencia inmediata e impepinable de lo anterior, tiene que ver con el reparto de puntos de ranking mundial, que es el que al final asegura la presencia a cada cual en las grandes citas, muy superior al otro lado del charco.

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Lo que nos lleva al gran arreglo final, que antes o después llegará, podemos estar seguros: la unión de los dos grandes circuitos y la consecuente aparición de un gran calendario mundial, similar al del tenis, para hacernos una idea. Más que unión de los dos circuitos, seamos claros, se trataría de una ‘absorción’ en la que el PGA Tour, por supuesto, llevaría la voz cantante y ejercería de gran aglutinador. Es una idea, un proyecto, que durante mucho tiempo parecía inviable, pero que en los últimos años se ha reactivado. No es ni mucho menos inminente, ni siquiera se han sentado las bases o se han producido negociaciones concretas y efectivas. Pero ya es una idea latente, algo más que un run-run vago.

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¿Y por qué podemos dar por seguro que antes o después ocurrirá? ¿Por qué podemos dar por hecho que el PGA Tour se meterá en semejante aventura, con lo bien que le va tal y como está? Pues por ‘culpa’ del caballero de casi siempre, don dinero.

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Al respecto, sí que hay estudios que están más que esbozados: sólo en derechos de televisión, una cúpula única del golf de élite mundial podría multiplicar por varias cifras los ingresos totales que hoy suman todos los circuitos. Por no hablar de los grandes espónsores que se unirían al proyecto, sobre todo de fuera de Estados Unidos, dispuestos a tirar de talonario sin reparos, al contar con la absoluta seguridad de tener un ‘field’, al fin, potente y profundo, garantizado por el reglamento de la propia organización, tal y como ocurre por ejemplo con los Masters 1.000 de tenis.

Al tiempo.

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