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De la Riva y el primer golpe de vista

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Son curiosas esas sensaciones que uno tiene de golpe y porrazo la primera vez que ve a un jugador en vivo, sin el filtro televisivo. Algunas se confirman después con el tiempo, o adquieren peso y profundidad. Otras no. Pero en cualquier caso se resisten a desaparecer.

Siempre me ha dado vértigo, por ejemplo, el bellísimo, natural, redondo y efectivo swing de Jiménez. Una y otra vez me parece que va a cortar demasiado la bola. Una y otra vez Miguel la pone donde quiere, por supuesto.

Recuerdo la primera vez que vi a Martin Kaymer pateando. ¿Hay algo excesivamente raro en la postura del alemán? Objetivamente, creo que no. Y sin embargo, desde aquel primer golpe de vista, cada vez que lo veo puesto sobre la bola me da la sensación de que no hay manera de que emboque un putt… Me pasa lo mismo con Stenson. Y con Rafa Cabrera. Y con Gonzalo Fernández Castaño. Y con Bubba Watson. Vaya ojo el mío. Por supuesto, entenderán lo mal que lo pasé aquel domingo de la Ryder de Medinah…

No se pueden sacar conclusiones de una sola vuelta, de un solo hoyo, de un golpe, pero es como si la primera imagen gozara de una bula especial en la cadena de recuerdos. La primera vez que vi a Monty pegar el driver en competición fue apoyado en la clásica valla que delimita el tee, justo en línea recta con el escocés. Desde entonces aún me parece noticioso que falle una calle. Lo ves ahí puesto, con esa cachaza suya, y te parece materialmente imposible que su bola al fade no aterrice en el centro de la calle.

Y recuerdo bien la impresión que se quedó grabada en mi disco duro después de seguir a Eduardo de la Riva por vez primera: menuda puntería y menudo control que tiene de las distancias. Lógicamente, muchas de estas sensaciones, sobre todo las positivas, se fraguan desde el correspondiente prejuicio. A Monty su fama lo precedía. Y del juego largo de De la Riva siempre habían hablado maravillas quienes más sabían y conocían.