Inicio Blogs David Durán El rostro de Sergio que su madre nunca había visto

El rostro de Sergio que su madre nunca había visto

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Una emocionante jornada en el Club de Campo del Mediterráneo, el club de toda la vida de Sergio García, que el jugador pisaba hoy por primera vez después de su victoria en el Masters. Mañana de agasajos y felicitaciones con la familia, los empleados del club, socios, amigos, medios de comunicación…

De nuevo, el repaso pormenorizado del éxito. Mil flashes, momentos y circunstancias que no nos cansamos de repasar:

Sergio y esa renovada actitud que le ha ayudado a romper el techo de los grandes.

– El peso y el mérito de los que siempre estuvieron ahí, sus padres, Víctor y Consuelo, sus hermanos, su inseparable Carlos… Y el de Angela Akins, su prometida, y su familia texana, que Sergio tanto ha valorado.

– El impagable ejercicio de deportividad y señorío de los dos titanes, García y Rose, en uno de los domingos más emocionantes que se recuerdan en Augusta.

– Lo que deparará el futuro, ahora que al fin ya tiene un Grande.

– Los momentos concretos de la batalla decisiva: aquel hoyo 13, pero también el 12, al que el jugador tanta importancia concede, y el tremendo desenlace cuajado de determinación y fantásticos disparos…

– Los pequeños darditos a quien corresponda, a ver si de verdad el golf español es capaz de rentabilizar el éxito…

Pero rematemos la crónica del día con uno de esos sucesos que pueden pasar desapercibidos, pero que de alguna manera lo resumen todo. Una pequeña perla de historia:

Consuelo, la madre de Sergio, se acercó a su hijo una vez finalizado el hoyo 72 del torneo, antes del desempate. Sólo quería darle un beso y ánimos, pero se quedó realmente sorprendida cuando se fijó en el rostro de Sergio, cuando lo vio tan de cerca. No fue una mala sensación, ni mucho menos desagradable: sencillamente asegura que era una cara y una expresión que jamás había visto en su hijo. Y eso es mucho decir en boca de una madre. Mucho más en boca de esta madre, que tiene muy poco de peliculera y que al pan lo llama pan, y al vino, vino.

Consuelo lo describe como un estado de trance que se reflejaba sobre todo en una extraña profundidad de los ojos que le cambiaba la expresión habitual del rostro.

Tan es así, que incluso confiesa que no estaba segura de si Sergio la había reconocido en aquel momento. Y tenía que preguntárselo, por simple curiosidad. Lo hizo ayer, cuando volvieron a encontrarse, porque antes casi no había dado tiempo a hacerlo, entre la excitación del momento, la celebración y los innumerables compromisos del nuevo chaqueta verde. Además, este tipo de momentos puntuales se digieren poco a poco y van regresando de la memoria con el paso de los días.

Sergio no sólo le dijo que sí, que se dio perfecta cuenta, sino que además le explicó al detalle cómo fue ese breve encuentro: tú viniste por este lado, me diste un beso, yo te agarré de este modo, te di un beso, etcétera, etcétera… Le dijo también, es cierto, que iba absolutamente concentrado, pero muy tranquilo, en un estado de paz increíble, confiado y hasta feliz. Minutos después ganaba el Masters de Augusta. Llevaba escrito el desenlace en la cara…