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Es la buena actitud, estúpido

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Fue el lema oficioso o interno de la campaña de Bill Clinton por las presidenciales de 1992 ante George Bush padre: ‘es la economía, estúpido’. Unas elecciones que según todos los análisis tenía perdidas Clinton debido a los éxitos en política exterior de su oponente, si bien las encuestas fueron girando y girando gracias en gran parte a este escueto y agresivo mensaje pergeñado por James Carville, el estratega de la campaña de Clinton. A través de esta idea se trataría de hacer ver a los estadounidenses que lo importante al final no era tanto el desbloqueo de la Guerra Fría como las necesidades materiales más inmediatas, el día a día. La economía. El mensaje caló y Clinton ganó las elecciones (ni que decir tiene que la fuente de este introito es wikipedia).

Desde entonces, la estructura de la sentencia se ha popularizado y se utiliza muchas veces para referirse a cuestiones esenciales. Aplicada al golf, no hay duda: «es la buena actitud, estúpido». Porque sin ella, difícilmente hay resultados ni evolución. Y lo que es peor: sin ella el disfrute queda reducido a la mínima expresión.

¿Y cuál es la base de la buena actitud en golf? Sin ninguna duda: la aceptación de los errores. Al final del camino todos los consejos de todos los grandes campeones van en esa línea. Es su legado.

Tiger, indudablemente, ha dado un salto de gigante en este sentido en el Quicken Loans National, aunque también tuviera sus lagunas (por desgracia, la buena actitud no es un interruptor que se enciende y apaga a capricho, sino más bien un proceso que nunca acaba).

Yo me lo digo y repito: es la buena actitud, estúpido. Y a veces se me olvida en el mismo campo de prácticas. ¿Se puede ser más lerdo?