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Faltan 1.322 días…

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El Earth course del Jumeirah Golf Estates, donde se juega esta semana la Final de la Race to Dubai, es exactamente un oasis en mitad de un desierto.

Un desierto sin punta literaria ninguna. Porque a un par de kilómetros se levantan construcciones groseras. Pero sobre todo porque es un desierto zarrapastroso. Nada que ver con las dunas y las haimas, y mucho más con la apariencia cruda de un descampado. Un monstruoso descampado de cientos de millones de hectáreas. Con sus plásticos al viento y su hormigonera ahí puesta, cansada de faenar. Tierra dura, reseca y fea, atravesada en el horizonte por grúas que prometían rincones de lujo y excesos.

Cuando llevas allí tres días sabes llegar al campo (y salir de él) mejor que la mayoría de los taxistas lugareños. No es broma.  Había un atajo por caminos de tierra que te ahorraba como mínimo diez kilómetros de marcha, porque allí todo desemboca en autopistas y ponte tú a buscar el cambio de sentido apropiado si no has atinado con la dirección…

El recorrido es, eso sí, un vergel. Se marea uno haciendo cuentas del trabajo y el dinero que habrá costado llevar allí todo ese regadío gota a gota, palmo a palmo. Luce coqueta cada brizna de hierba, como recién salida de la peluquería.