Transcribo un parrafo del último artículo de opinión de John Carlin en El País…
«Ver a Rose y a Mickelson, a Sergio García y a Tiger Woods y al noble capitán de Europa, José María Olazábal; sentir además el “espíritu de Severiano Ballesteros” al que se aferraban todos los jugadores europeos el domingo mientras completaban una de las hazañas más memorables de la historia de cualquier deporte fue —para una persona cuyo hábitat natural es el mundo del fútbol— como lanzarse de cabeza a una laguna de agua cristalina y pura».
No se trata de echar a pelear al golf y al fútbol.
Jamás renegaré de aquellas rodillas costrosas de la niñez, puro callo de tanta raspadura. Ni de los balones descosidos, inflados de agua en el invierno. Ni de tantas y tantas horas de sueños, más despierto que dormido, en las que sorteaba (sorteo) rivales y reventaba (reviento) porterías. Ni de los míticos zapatos ‘Gorila’, tremendo milagro de los setenta, que tan pronto lucían en una Comunión, como se fajaban generosos en el área.
Se trata sólo de zambullirse de vez en cuando en esa laguna de agua cristalina y pura.
