Jugando ayer al golf en Santana, magnífico recorrido situado en el llamado Valle del Golf de Mijas y, tal y como se describe en su web, a medio camino entre Fuengirola, Marbella y La Cala…
A la altura del hoyo 17 nos damos cuenta de que allá, no demasiado lejos, arde el monte. No parece ninguna tontería, pero terminamos. Inconscientes e ignorantes. No tanto por el peligro, que en aquel momento no existía, sino más bien por la estúpida falta de reflejos de no coger el teléfono móvil para avisar.
Lo hacemos a los veinte minutos, cuando llegamos a la casa club. Se lo decimos a un amable empleado, que no se había dado cuenta y sale corriendo a dar el aviso. No había caso, puesto que los bomberos ya estaban allí, según le explican. Nada hubiéramos aportado llamando desde el 17, pero a mí, según pasan las horas, se me hace más y más grande la cara de gilipollas.
El amable empleado nos señala hacia allá y hacia acá las huellas de otros incendios recientes. El Cuerpo de bomberos, nos explica, incluso tiene ya las ‘llaves’ del club para entrar cuando lo considere necesario y disponer del agua de las instalaciones. Riego, lagos artificiales, lo que haga falta.
Después uno se entera de que los indicios apuntan a un fuego provocado. Yo puedo ser un alhelado irresponsable que no sabe calibrar desde la distancia la verdadera gravedad de un incendio, pero por lo visto existe la posibilidad real de que a diario convivamos con auténticos hijos de una marrana que se permiten, a capricho, la licencia de arruinar la vida de quien haga falta.
No dudo que el mundo está repleto de buena gente. Pero da miedo. Mucho miedo.
