Sergio García ganó el año pasado dos torneos, como bien sabemos. Sin embargo, y aún a riesgo de resultar exagerado, yo casi recuerdo con más agrado aquella pequeña aventura suya jugando y superando con éxito la previa del US Open. Así como el sprint por meterse en el British en la penúltima brazada.
Fueron éstos episodios de su carrera que no van a pasar a la historia. Sin embargo, yo estoy convencido de que en ellos, no sé cómo ni dónde exactamente, se encuentra la receta mágica de ese Sergio García múltiple ganador de ‘majors’ que permanece en ciernes desde 1999.
Aquel Sergio de la previa del US Open era un jugador positivo y enfocado. Corajudo y luchador. Plenamente centrado en un objetivo: si no es en este golpe, será en el siguiente; si no es en este hoyo, será en el siguiente; si no es hoy, será mañana.
Después, cuando llegan los Grandes, no es que le pueda la presión, es que no se cree que pueda ganarlos. Así, sin más. El objetivo, la victoria, se esconde tras una bruma gris. Es un perverso mecanismo que su subconsciente ha ido perfeccionando con el paso de los años.
