Saltamos de un canal a otro, celebramos alguna medalla y suspiramos (levemente) cuando a Javier Gómez Noya se le escapa metro a metro el oro. Está bien: plata. Y lo celebramos…
Discutimos sobre el mediofondo español. A ver si ahora resulta que las operaciones-puertos-y-galgos tienen algo que ver con el asunto. Doy fe de que en los bares el ciudadano de a pie habla de las chicas del deporte español. Las mismas cuyos extraordinarios méritos se enterrarán aún calientes apenas diez días después de los Juegos. Cuando empiece la Liga, por ejemplo. Dios, qué pereza de Cristiano.
Rabiamos cuando el disparo de uno de los nuestros va al palo. Waterpolo, balonmano o hockey hierba, da igual. Casi parece que se abre la tierra a nuestros pies cuando Navarro falla un triple o el putt de un jugador español lame el borde. Ay.
Buscamos desesperadamente la vela de Alabau con la enorme bandera rojo y gualda estampada…
Y entre tanto bullicio me acuerdo de unas palabras de mi madre, que se repiten casi matemáticamente después de una carrera con final apretado: «Qué tontería, ¿qué más da llegar una décima antes o después?»
Así, en frío. Una bofetada de realismo y verdadero sentido común. Y es verdad: ¿qué más da?
