Disculpadme si hoy os cuento un suceso propio. Os pongo en situación: vengo jugando como un querubín los primeros nueve hoyos. O mejor dicho, vengo haciendo un buen resultado, porque en realidad casi cada rebote incierto me ha favorecido. Además, para qué negarlo, no le estoy pegando muy mal. En la calle del 8, par 5, atizo un drive largo, pero a la izquierda. La bola reposa pegadica a un olivo. Imposible jugarla entre raíces y matojos…
Me da vergüenza confesarlo… Pero me digo: tomémoslo con filosofía, como Luke Donald. Bola injugable, dropaje y buen tiro a calle, haciendo metros. Gracias Luke. Hierro 7 a green muy bueno que me brinda un putt de unos tres metros para salvar un cinco de una dimensión que no es la mía. La bola se queda asomada al balcón del hoyo. Da igual. Un seis excelente.
Muy poquitos hoyos más adelante me enfrento a una sacada de bunker muy sencilla. Me las arreglo para pegar un golpecito ridículo que deja mi bola injugable, metida en una especie de grieta entre la arena y el talud. Allí mismo, pataleo como un benjamín consentido. ¿Ya no te acuerdas de Luke, muñeco? Al carajo con Luke. Y al carajo Rotella.
Como suele decirse, el que nace lechón, muere cochino.
