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Ganar cuando la victoria ya no es lo único

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Tiger Woods en la ronda final en East Lake. © PGA Tour
Tiger Woods en la ronda final en East Lake. © PGA Tour

Ahora que Tiger ha vuelto al fin a ganar es imprescindible recordar una idea regularmente repetida en Tengolf en los últimos meses. Su retorno victorioso encierra desde luego una lección por los innumerables obstáculos que ha tenido que superar, comenzando por supuesto por esa tara física en la espalda, que a su edad y con sus antecedentes tantas veces desemboca en un declive impepinable, cuando no en un abrupto final. Comenzando por ahí y continuando por los daños colaterales de todo tipo que trajo consigo aquella sucesión de lesiones y frustraciones. Pero la mayor lección de vida que nos ha dado el gran campeón es otra y en realidad ya la había impartido antes de cantar victoria en East Lake, lo que ocurre es que el círculo luce más cuando se ha cerrado.

Tiger rescata el traje de mesías y logra un triunfo vintage

El nuevo Tiger, el de 2018, buscaba el triunfo con todas sus fuerzas, porque ello va en su ADN depredador, pero en el matiz se encierra la diferencia: la victoria ya no era el único fin en sí mismo que justificaba todos los medios. Se podía disfrutar más que nunca aunque no se ganara; se podía uno sentir satisfecho aunque la presión en el tramo final de un torneo le afectara y demoliera como al resto de los mortales; se podía sonreír, mirar a la cara a los aficionados y hasta chocar algunos puños.

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Un Tiger más cercano, sin imposturas, y hasta más ingenioso: ayer, algunos compañeros que iban jugando por delante le confesaron que creían que había embocado desde la calle en el hoyo 1 cuando en realidad ‘sólo’ había sido un birdie, tal fue el clamor de los aficionados, y Woods puntualizaba al respecto que “se ha perdido el arte de aplaudir porque es muy difícil hacerlo con un teléfono móvil en las manos”. Una guasa inofensiva con un sabio y grueso trasfondo.

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