Faltan 755 días
Una semana en el Reino Unido puede dar para algunas reflexiones en cabeza inquieta y calenturienta.
No hablaremos, aunque podríamos, de lo que paga por estos lares un autónomo con ingresos anuales justitos (no llega a veinte euros al mes, si bien después, ciertamente, el desembolso alcance los niveles de España según aumentan los ingresos, aunque con más prestaciones sociales).
Ni tampoco abundaremos en que los periódicos y los medios en general no despachan ni destapan casi a diario casos de corrupción de la clase política. Infectos, vergonzosos, desesperantes y desesperanzadores. No es una sensación: se lo hemos preguntado a los colegas británicos. Y lo tienen claro: algún ladrón habrá entre la clase dirigente, pero no es tan ancha Castilla.
Hablaremos entonces de ese niño rubito inglés que no pasaba de ocho años y que después de comprobar que la bola que reposaba pegada a un árbol era la de Rafael Cabrera Bello (tenía las iniciales puestas, RCB), le tiraba de la manga a su padre y le decía emocionado: “papá, es Rafa, es Rafa, viene Rafa”.
No era Justin, ni Luke, ni Ian. Tampoco era Rory. Sino Rafa, doble ganador en el circuito europeo, español y canario que ronda el top-100 del mundo y que lucha por ganar en Wentworth. Y a ese angelito inglés, parece, no le importaría nada que lo hiciera…
