Era 2014 el año que mejor pertrechado había llegado Sergio García al Masters de Augusta en los últimos años. Y con diferencia.
Y era así porque su trauma en este campo tiene mucho más que ver con un bloqueo mental que con otra cosa y había aterrizado con un espíritu más optimista y abierto.
El varapalo ha tenido entonces que ser bestial. Porque hasta él llegaba un poco más convencido: este equilibrio y actitud que tan buenos resultados vienen dándome también pueden ayudarme, incluso aquí, en Augusta…
Agua.
Sin embargo, a pesar de este paréntesis inesperado y doloroso, y aunque nos haya mostrado de nuevo toda su fragilidad, tengo la plena convicción de que Sergio sabe hoy mejor que nunca hacia dónde va: la gloria deportiva ya no es una maldita obligación, sino un objetivo costoso, pero bello y alcanzable.
Cuando dijo aquello de «no soy capaz de ganar un Grande» estaba huyendo hacia adelante.
Muy distinto, en el fondo y la forma, ha sido esto otro de «no soy capaz de sacarle nada a este campo», sentencia en la que sólo ha constatado una espinosa realidad a la que ya veremos si puede o no puede darle la vuelta.