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La encrucijada emocional de Sergio García ante los Grandes

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Faltan 1.046 días
PGA Championship a la vista. Otra semana de Torneo Grande para Sergio García. Será el 58º consecutivo que disputa el jugador español. Este registro es en sí mismo una brutalidad porque significa, ni más ni menos, que el pasado mes de julio cumplió catorce años seguidos sin faltar a una sola de estas grandes citas…

 

La relación de Sergio con los Grandes es a día de hoy tortuosa. Al margen del estado de forma con el que se llega a cada una de estos torneos (cuestión que no depende de uno mismo al ciento por ciento), tengo la sensación nítida de que su subconsciente trabaja demasiado y mal cuando afronta un Grande. Es decir, no deja de enviarle mensajes negativos.

Hace años que hay abierto un debate en los foros de golf nacionales e internacionales acerca de García. Hay quien ve la botella medio llena y resalta, por ejemplo, el valor que tienen esos 57 Grandes que lleva disputados de forma consecutiva (entre los que me incluyo), y quien la ve medio vacía, precisamente porque no ha sido capaz de ganar ninguno de ellos. En realidad, poco importa lo que pensemos los demás. La clave del asunto es el lado del debate en el que se sitúa el propio Sergio. Y sospecho que el jugador español no es de los que ve la botella medio llena. Su autoestima no carbura estas semanas.

 Hace tiempo que Sergio no se pone en el tee del 1, un jueves de ‘major’, con la idea clara de ganar, ganar y ganar. Por supuesto, ello no garantiza absolutamente nada, pero al mismo tiempo, y mucho más en su situación actual, resulta imprescindible.

Sergio busca y desea el triunfo, por supuesto. Pero lo hace del mismo modo con que un equipo mediano de la tabla afronta su visita al Camp Nou. «Si pensáramos que no se puede ganar, mejor nos quedábamos en casa», suelen repetir los protagonistas que van a enfrentarse a Messi y compañía. Pero existe una diferencia abismal entre salir a jugar sin renunciar a la victoria, e ir decididamente a por ella.

En este sentido, Sergio debe reconocer y comprender que su destino está escrito, por más que sufra un revolcón y otro. Él no es un equipo de mitad de la tabla, lo que tampoco significa, por desgracia, que pueda ganar alguna vez en el Camp Nou.

Hace tiempo que se activó en su razón un nocivo mecanismo de autodefensa: «si mis expectativas son bajas, sufriré menos ante la decepción». Pero esa es una vil trampa. Porque la decepción no es tan dañina como la frustración, que es el sentimiento con el que hoy se marcha el de Borriol casi en cada Grande.

Por desgracia, la teoría siempre es mucho más sencilla de explicar. En la práctica, resulta muy complicado ajustar el equilibrio entre la humildad que se necesita para levantarse después de caer (en cada golpe, en cada hoyo), y la arrogancia deportiva de verse siempre como un claro y rabioso aspirante a la victoria (en cada golpe, en cada hoyo). Y a Sergio le falta un poco de una y otro poco de la otra…