Inicio Blogs David Durán ¿Llamamos a las cosas por su nombre?

¿Llamamos a las cosas por su nombre?

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No había nada de raro en que Suzann Pettersen no estuviera dispuesta a dar un putt de cuarenta centímetros. El partido estaba en el hoyo 17 y, salvo que la bola estuviese asomada a la cazoleta, es lógico que no se regale nada. Entre otras cosas, porque ese modo de proceder forma parte de la batalla psicológica, inherente al formato de match play.

Pero voy más allá. Tampoco veo nada especialmente escandaloso en aprovecharse del error estúpido de una rival que estaba más que avisada: en la reunión de reglas del miércoles se dejó claro que no se podía levantar la bola sin el expreso consentimiento verbal del rival.

El proceder de Pettersen, en ese caso, no habría sido desde luego elegante. Pero tacharlo de inmoral o antideportivo es de una ignorancia y un puritanismo supino.

Recapitulemos. En el peor de los casos, el de que Pettersen pensaba conceder el putt y aprovechó la situación para sacar ventaja en el marcador, tendríamos de momento lo siguiente: una violación de las reglas de una jugadora y una manifiesta falta de elegancia de otra.

A partir de aquí, los acontecimientos se desarrollan en principio según lo que cabía esperar. Por un lado, el bando europeo cierra filas con su jugadora, elegante o no, antes de los partidos individuales. Por el otro, Juli Inkster monta el numerito, entendiendo rápidamente que se le ha aparecido la virgen. Al fin había encontrado el resorte para motivar a un equipo tan desbordante de talento como abúlico.

Pero sigamos. La desgarradora petición de perdón de Pettersen sin duda habrá saciado a las hordas fariseas, pero quedan algunos cabos sueltos. No cuadran los tiempos ni las maneras…

A saber. La actuación de la escandinava en las horas posteriores a la supuesta ignominia no revelaba ni un tenue reflejo de pesar en la conciencia: en su duelo con Stanford, obligó a la estadounidense a hacer siete birdies para doblegarla. La cabeza la tenía en su sitio. Además, como es conocido, una vez perdida la Solheim todavía sostuvo en rueda de prensa que volvería a repetir lo que había hecho en ese hoyo 17. Anduvo segura y hasta respondona.

Pero lo más anómalo del caso es que la noruega asegura horas después que ha hablado con Inkster para darle explicaciones, para solicitar su bendición y perdón y, sin embargo, nadie en el equipo europeo sabía nada de eso. Nadie en el equipo europeo sabía nada de su remordimiento, ni tampoco que iba a pedir disculpas públicamente a través de una red social.

¿No es extraño? De nuevo, una falta de elegancia, pero esta vez teñida de deslealtad.

¿No es posible que algún alma caritativa le hiciera recordar que ella vive en Estados Unidos y que, entre otras cosas, su principal espónsor es estadounidense?. 

Se me ocurre.