Es pisar tierra de links y salir con la misma cantinela, ustedes me lo perdonarán: no hay paisajes de golf que superen a estos vetustos y agrestes links británicos. Que se quiten Augusta, Pine Valley o la madre que los parió, dicho sea con todos los respetos.
Ya estamos en Irlanda, Portstewart Golf Club, donde los socios llevan jugando desde el invierno con pequeñas esterillas en el fairway para cuidar la imagen del Strand course, que luce impecable, maravilloso. No les va a costar mucho a los comprometidos socios transmitir al mundo la estampa de un lugar especial; la simple visión de la gran duna desde el tee del hoyo 1 es toda una experiencia lunar.
Después, jugar, lo que se dice jugar, quizá sea otra historia si te toca una jornada muy irlandesa, como es de ley, con viento y agua… Pero nunca está de más un barniz de reciedumbre y orígenes. Esto es lo más parecido a lo que era el golf allá por el XIX, aunque la diferencia siga siendo abismal: los bunkers rastrilladitos y esas cosas…
Pero siempre es un soplo de frescura pasar de la playa al campo de golf y de aquí al balcón de una casa sin apenas darte cuenta, en el mismo plano, sin cotos ni muros. El golf transcurre en Irlanda como el viento, como la vida. El golf, aquí, será más o menos exclusivo, caro o barato, que de todo hay, pero siempre está en el pueblo. Es del pueblo. Literalmente.
